El advaíta es un compromiso del Todo
Uno con nosotros y de nosotros con el Todo Uno. El compromiso común
es Somos Todo Uno. Desde este compromiso de Somos Todo Uno
encontraremos respuestas e incluso soluciones comprensivas, a nuestro yo
individual creado por nuestra mente parlante. Pobre mente parlante, tan
vilipendiada, azotada, manipulada, contaminada, dualizada, neurotizada,
asediada...¿que yo individual puede surgir de ahí?.
El Todo Uno no es un
mercado, ni un pensamiento, ni un relato, ni una ideología, ni un espectáculo,
ni un éxito, ni una iluminación....y menos única e individual. Aunque si lo
entendemos como aquello que Acoge toda la diversidad sin juzgar, lo que
simplemente Es, igual nos acercamos.
Desde esa Consciencia
Comprensiva Una, que no única, podemos interpelarnos y encontrarnos,
inventar realidades que nos hablan y con las que hablamos. Por eso, el Todo
Uno es igualitario y disfuncional. No es elitista, ni extraño, puede
incluso ser extravagante pero no normal, ni normativo. En el Todo Uno
nos dejamos tocar por lo que otros piensan. Nos sentimos formas enamoradas,
cuerpos enamorados sustentados en esa profundidad que todo lo Acoge, en
la Consciencia Hogar. No somos torres de marfil, ni vasos de lujo bien
horneados, somos encuentro, deseo, relaciones, impulsos, Hogar.
En el Todo Uno no hay
normalidad, ni perfección, ni mecanicidad, ni protocolos normalizados, ni
sentido común, porque todo es disfuncional, millones de formas con funciones
distintas, que no saben para que son.
El advaita es un arte callejero,
de calle, no es un abrigo, es una piel, no es un vestido, es la carne, no es
una postura intelectual, es una forma de vida para Vivir. No se deja en
el ropero, ni en el puesto de trabajo, ni en los bares, ni en las
universidades, ni en los Centros de Yoga y Meditación...la llevamos con
nosotros, la respiramos, ponemos
atención en nuestra vida. En el advaita no separamos entre el ágora, el
espacio público de la vida social y política, del oikos, la casa, donde tiene
lugar la reproducción de la vida. Entre el pensar y el no pensar, esta
separación no existe. Siempre se piensa y se transforma el mundo, trabajando,
haciendo comidas, cuidando a nuestros hijos
y a nuestros mayores, riendo con amigos, jugando, cantando, contando
juegos. Pero el ser humano no es esas cosas, no es el pensar, ni somos sumisos
de ello. El acto de pensar depende de nosotros, no es ningún acto solemne, ni
sagrado, es una acción nuestra como el caminar o el escribir.
Ser sumiso es una determinada
manera de dependencia, pero podemos tener otra dependencia de carácter mas
libre que sustente nuestra vida. No somos individuos autosuficientes, claro que
tenemos dependencias, de cuerpos de otros, de miradas, de palabras o manos de otros, pero no tenemos porque ser
sumisos, nuestra dependencia puede ser libre
y compasiva. Somos radicalmente interdependientes, pero esta interdependencia
no anula nuestra libertad. Es una ficción que para vivir libres solo se puede
vivir aislado, separado, en soledad. Nunca estamos solos. La separación que a
veces sentimos, el sentimiento de aislamiento o soledad que a veces nos inunda,
proviene de la dualidad que sufre ese yo individual neurotizado.
Es cierto que nada es reversible,
pero todo se puede reaprender, regrabar, en esto consiste aprender a vivir, en
esto consiste el arte, la artesanía, o la poesía. Siempre podemos retomar
nuevas visiones, representaciones o
ideas, el desafío es hacerlo libremente, sin sumisión, porque así podremos
transformar. Sin acoger, sin comprender, sin compasión , sin receptividad, no
puede haber novedad. La novedad no es la tiranía de la moda, del consumo de lo
ultimo. La novedad es lo que la vida nos trae producto de nuestra transformación.