lunes, 12 de octubre de 2020

CONVERSACION SOBRE LA CIUDAD CON EL FILOSOFO BYUNG-CHUL HAN (2Parte)





La idea de comunidad, de ciudad ritualizada de relaciones diversas y mestizas no está terminada, su profundidad es inmensa y acertar en su dirección en los tiempos actuales es importante. No es cuestión de mecanizar los procesos burocráticos como si no existieran otros, ni de confundir la repetición atenta con la repetición mecanizada. La repetición atenta, la artesanía, la rehabilitación, la recomposición son factores vivificadores, contrarios a la mecanización burocrática por muy digital que sea. 

Hoy en día llamamos nuevo al deseo constante de ir a la caza de nuevos estímulos, emociones y experiencias, y olvidamos el arte de la repetición, de lo artesano, del mestizaje latente, de lo atávico. Adoramos lo nuevo, lo aislado. Trivializamos lo nuevo rápidamente y lo convertimos en rutina, en mercancía que se consume y vuelve a inflamar el deseo de algo nuevo. Para escapar de la rutina, del vacío, de la soledad, del suicidio, consumimos aún más estímulos nuevos, nuevas emociones y experiencias. De manera, que es la misma sensación de vacío la que activa el consumo. La “vida intensa, excitante” que actúa como reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso. Existen formas de repetición que crean auténtica intensidad. 

Hoy necesitamos investigar la manera de anclar la comunidad futura a la ciudad. Sentir físicamente la ciudad. Precisamente en la crisis del coronavirus, en la que todo se desarrolla por medios digitales, echamos mucho de menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable físicamente. Y sin comunidad no hay ciudad. Los Centros Históricos vacíos de relaciones de ciudadanos, no son ciudad, son objetos del neoliberalismo. El cuerpo que entrenamos solos en el gimnasio no tiene dimensión de comunidad. También en la sexualidad, en la que lo único que importa es el rendimiento, el cuerpo es, en cierto modo, algo solitario. La ciudad es un escenario en el que se inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. El neoliberalismo produce una cultura de la autenticidad que pone el ego en el centro. La cultura de la autenticidad va de la mano de la desconfianza hacia las formas de interacción ritualizadas. Solo las emociones espontáneas, es decir, los estados subjetivos, son auténticos para el capitalismo. El comportamiento ritualizado, comunitario, se rechaza como falto de autenticidad. Un ejemplo es la cortesía. La cultura de la autenticidad subjetiva, del ego, conduce al embrutecimiento de la sociedad, y a favor de las formas bellas. 

La definición de comunidad, de ciudad, no se define por la exclusión del otro. Al contrario es muy hospitalaria. La comunidad a la que se acoplan las derechas está vacía de contenido. Por eso encuentra su sentido en la negación del otro, del extranjero. Está dominada por el miedo y el resentimiento. 

La pandemia de la covid-19 está teniendo un impacto enorme no sólo en términos sanitarios o económicos, sino también en nuestra definición de comunidad, en nuestro sentido de ciudad, de bienestar social, de ciudad saludable. La crisis del coronavirus ha acabado totalmente con las relaciones intersubjetivas. Ni siquiera está permitido darse la mano. La distancia social destruye cualquier proximidad física. La pandemia ha dado lugar a una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia comunitaria. Como estamos interconectados digitalmente, seguimos comunicándonos, pero sin ninguna experiencia comunitaria que nos haga felices. El virus aísla a las personas. Agrava la soledad y el aislamiento que, de todos modos, dominan nuestra sociedad. Los coreanos llaman corona blues a la depresión consecuencia de la pandemia. El virus consuma la desaparición de la ciudad. Es posible que, después de la pandemia, redescubramos los efectos perversos que hemos dejado en la ciudad, o igual ya no los recuperemos, y aparezcan otras cosas. 

A consecuencia de la pandemia nos dirigimos a un régimen de negación de las acciones comunitarias, de una comunicación digital como fin en sí misma y del aislamiento del individuo, sometido a vigilancia. El virus ha dejado al descubierto un punto muy vulnerable del capitalismo. A lo mejor se impone la idea del individuo digital, que convierte al individuo en objeto. Esto puede que consiga hacer al capitalismo invulnerable al virus. Sin embargo, significa el fin del liberalismo. En ese caso, el liberalismo no habrá sido más que un breve episodio. Pero igual este capitalismo no vaya a derrotar al virus. El patógeno será más fuerte. Según el paleontólogo Andrew Knoll, el ser humano es solamente la guinda de la evolución. El verdadero pastel se compone de bacterias y virus que amenazan con atravesar cualquier superficie frágil, e incluso reconquistarla, en cualquier momento. La pandemia es la consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un delicado ecosistema. Los efectos del cambio climático serán más devastadores que la pandemia, sino somos capaces de entender el cambio climático y lo que nos pide. La violencia que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más fuerza. El ser humano está más amenazado que nunca y con ello el tipo de ciudad que conocemos. 

Vicente Seguí Pérez (economista-urbanista)

CONVERSACION SOBRE LA CIUDAD CON EL FILOSOFO BYUNG-CHUL HAN (1Parte)


El filósofo coreano Byung-Chul Han, en Barcelona en 2018.

Este es un texto basado en una conversación personal con algunos textos del filosofo alemán vivo más leído en todo el mundo, el coreano Yung-Chul Han(Seúl, 1959), profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, a él se debe la motivación de las ideas de este escrito. 

Desde el confinamiento para acá o desde la epidemia del coronavirus, como guste más, hay algo que aunque ya venía marcándose se a agudizado en extremis y que muchos urbanistas y amantes de las ciudades se han puesto a pensar en sus efectos: En primer lugar, la violencia que están ejerciendo las comunidades urbanas, las ciudades, contra la naturaleza y el mundo rural, se está volviendo contra ellas cada vez con más fuerza. En segundo lugar, la nueva modernidad urbana(ciudad) tecnológica es cada vez más incompatible con la construcción de la ciudad, entendida como hasta hora, como conjunto de espacios rituales-comunitarios, que son los que conforman la ciudad, o lo que viene a ser lo mismo. el capitalismo es cada vez más incompatible con la comunidad, con la construcción de la ciudad. La producción y el rendimiento se han convertido cada vez más en los valores mas absolutos de la comunidades urbanas. Ha habido épocas en que el capital estaba más abierto a este tipo de rituales y participaba en la construcción de espacios comunitarios, civiles o eclesiales pero al capitalismo tecnológico actual esto ya no le interesa. Y en tercer lugar, la agudización de la desigualdad está descosiendo la ciudad y rompiendo su unidad y su cohesión como concepto proyectual. 

Estos temas y otros colaterales son los que nos están obligando a repensar distintos aspectos de las ciudades y de nuestros territorios de existencia y convivencia. 

Hoy día, como diría Byung-Chul Han, la ciudad y los territorios de nuestro planeta, se están desritualizando. Uso el termino ritual, como lo utiliza Byung-Chul Han, que viene a decir que los rituales son acciones simbólicas que genera una comunidad sin necesidad de comunicación expresa. Las comunidades históricamente ritualizaban espacios y actos sin necesidad de una comunicación precisa. 

Necesitamos poner el acento en que la ciudad está desapareciendo como ritual de comunidad. La desaparición de los rituales en la actualidad, alumbra la desaparición de la ciudad. La hipercomunicación consecuencia de la digitalización cada vez nos está más interconectados, puede ser, pero este tipo de interconexión, de valor único de la comunicación, no trae consigo más vincu­lación ni más cercanía. Las redes sociales digitalizadas acaban con la dimensión social urbana al poner el ego en el centro. A pesar de la hipercomunicación digital, en nuestra sociedad la soledad y el aislamiento aumentan. Hoy en día se nos invita continuamente a comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos o preferencias, incluso a que contemos nuestra vida. Cada uno se produce y se representa a sí mismo. Todo el mundo practica el culto, la adoración del yo, de lo particular. Por eso digo que los rituales producen espacios de ciudad (comunidad), prevalece la comunidad sobre la comunicación: la memoria colectiva intersubjetiva sobre la comunicación digital. En cambio, hoy en día prevalece la comunicación digital sobre la ciudad. Los espacios de las ciudades se conforman sobre el concepto de comunidad. Sin comunidad no hay ciudad. Los espacios comunitarios de ciudad no necesitan una prevalencia de la comunicación que los justifique, aunque siempre el poder ha querido darles su significado propio, apropiarse de ellos, para trasladar su mensaje, imponer si ideología. 

Con la pandemia, cada vez celebramos menos fiestas comunitarias. Cada uno se celebra sólo a sí mismo. Tenemos la idea de que el origen de todo placer es un deseo satisfecho. Solo la sociedad de consumo nos resuelve la satisfacción de nuestros deseos. No obstante, tenemos que darnos cuenta que las fiestas, así como los juegos, y otros tipos de relaciones no tienen que ver con el deseo individual, no procuran satisfacer nuestro propio deseo. Antes bien, se entregan a la pasión por las reglas. 

No estoy diciendo que tengamos que volver al pasado. Al contrario. Sostengo que tenemos que inventar nuevas formas de acción y ritos colectivos que se realicen más allá del ego, del deseo y del consumo, y creen comunidad. Y si creamos nueva comunidad crearemos nueva ciudad, pero sin comunidad no tendremos ciudad, tendremos otra cosa. 

Hemos olvidado que la comunidad es fuente de felicidad. La felicidad y la libertad son dos actividades y emociones humanas que van de la mano. Sería bueno que comprendiéramos como definimos la libertad desde un punto de vista comunitario. Freiheit, la palabra alemana para “libertad”, significa en origen “estar con amigos”. “Libertad” y “amigo” tienen una etimología común. La libertad es la manifestación de una relación plena necesaria para obtener la felicidad. Por tanto, deberíamos redefinir la libertad a partir de la comunidad, alejándonos del concepto de libertad egótico que conlleva el neoliberalismo tecnológico. 

No nos equivoquemos el consumo no es un ritual, las practicas capitalistas o burocráticas nos son formas secularizadas de rituales de relaciones de comunidad. El consumo refuerza la obsesión con ego, los rituales me alejan de él. En los centros comerciales y en el capitalismo en general, domina una atención que gira entorno al ego, en torno a lo particular, no en torno a lo comunitario. En la plaza, en la calle, en las esquinas, en los parques, jardines o bulevares encontramos una forma totalmente diferente de atención, prestamos atención a cosas que no se pueden alcanzar con el ego. Necesitamos recuperar una forma de atención diferente, no podemos prestar atención a las cosas que se pueden alcanzar solo con el ego. El consumo refuerza nuestra obsesión por el ego. Las acciones que fortalecen la comunicación en comunidad (los rituales) nos alejan del ego. De ahí la importancia en darnos cuenta del uso que damos a las cosas, a los animales a los seres sensibles, hoy día solo los usamos para consumirlos, agotarlos y destruirlos. No los tratamos con cuidado, con amistad. Tenemos que aprender a tratar bien las cosas que nos sirven y participan con nosotros en la vida, sostenerlas de manera delicada, como nos sostienen ellas a nosotros. 

No creo que solo con el ego podamos crear comunidad, ciudad. El yo digital no nos sirven para crear comunidad Los espacios públicos, rituales están hechos como dijo Malebranche para la atención natural del ser humano: la celebración, la conversación, la amistad, las relaciones, no hay vida urbana sin relaciones. Nos embriagamos con los canticos, con la música, con el teatro, con los aromas, con la fiesta, con el juego, son con estas cosas mediante las cuales me olvido de mi mismo, de mi ego y experimento una hermosa sensación de comunidad. De esta forma ritualizamos las cosas, los espacios y con ellos creamos ciudad, comunidad. La ciudad es una comunidad intersubjetiva, incluyente, cuidadosa. El futuro de la ciudad no puede ser excluyente, ni narcisista donde lo único que cuenta es la sinceridad y la autenticidad de nuestras emociones. El dataísmo, que hoy reclamamos como forma de solución tecnológica para las ciudades, es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo. El pensamiento es erótico. Heidegger lo compara con el eros. El batir de alas del dios Eros lo acariciaba cada vez que daba un paso significativo en el pensamiento y se atrevía a aventurarse en un terreno inexplorado. “¿Quién dice que la ciudad ya está descubierta o terminada?”. La ciudad, la comunidad, es más profunda de lo que pensamos. 

Vicente Seguí Pérez (economista-urbanista)