De esta manera el dolor
persiste, y el duelo no se cierra. Esa es quizás la mayor tragedia de las
ciudades. Una madre que cree que su hijo va a llegar a almorzar y no llega
porque se pierde. Una madre que cree que llegará a cenar pero tampoco lo hace.
Que aparecerá al día siguiente. Una semana, un mes, un año tras otro. La
desaparición urbana y el exilio como existencia es una de las mayores torturas
a las que podemos someter a los habitantes de la ciudades. Los tiempos
actuales están borrando no solo formas sino también lenguajes, recuerdos,
memorias y estructuras, como un gran manto gris esta apagando todos los colores
y perfiles. El olvido es lo peor que nos puede ocurrir, la desaparición por el
olvido.
Es necesario luchar
encarnizadamente contra el olvido, a favor de la memoria. De ese deseo de
volver siempre a la memoria nace el lenguaje urbano mas verdadero. Y siempre
memoria que no nostalgia. No perdamos nunca la memoria de la luz en
nuestras ciudades mediterráneas, la luz nos ha hecho, la luz nos ha dado
“ciudades paraíso” , la luz nos da pasión y color.
La memoria urbana es una
adquisición del mundo moderno, igual que los derechos humanos, que hace 40 años
no se conocían, los derechos de la mujer o la libertad sexual y los derechos de
los gais. De la ecología tampoco se hablaba. La memoria es un concepto que
irrumpe a raíz del nazismo. La memoria no es una moda y se quedará entre
nosotros para siempre. Los pueblos y las ciudades sin memoria no tienen futuro,
dar la espalda a la memoria es introducirse en el pozo del olvido, de la
recesión y de la desaparición. ¿Cómo es posible que todavía haya
mujeres y hombres que sigan reclamando una sepultura para sus seres queridos?
¿Cómo es posible que todavía haya ciudadanos reclamando la no destrucción de sus
señas urbanas, la desaparición de sus modelos formales, de sus modos de vida y
de bienestar?. No son pocas las preguntas que nos hacemos los habitantes de las
ciudades respecto a la memoria urbana , respecto a la situación de exilio que
muchos padecen. “Ya este bien que nos den “bola”.
Los ciudadanos nunca dejaran
de amar esa época maravillosa de felicidad colectiva cuando todo un pueblo
salió a la calle, cuando las gentes invadieron las ciudades y lo celebraron con
música y reuniones, un éxito nunca soñado por nadie. Un estado de enamoramiento
colectivo, un movimiento legal, sin armas, aplastado por un golpe de olvido, de
negación, absolutamente desproporcionado. Cayó sobre nosotros el poder de
las clases dominantes económicas y acabó con la democracia urbana .
La ciudad real siempre está
a la búsqueda de la memoria. “Es lo único que de verdad tiene sentido”. El acto
de contar las ciudades es lo que da sentido a las mismas, las que las dota de
realidad, no de contexto ni de tecnicismos. Contar historias urbanas es una
cualidad de las ciudades y de sus gentes, no se puede usar el lenguaje sin
contar historias, es imposible. No sé qué pasará con las formas, ni el
formato en el que se leerá la ciudad o el futuro del urbanismo, solo sé que la
memoria urbana es algo intrínseco a la naturaleza humana, sin la cual
todo se olvida y desaparece, hasta las historias urbanas y realidades mas
queridas.
Los medios de comunicación,
las redes sociales y políticas y su habilidad de arrullar en la llamada
aldea global imprimen una celeridad que confronta con el sosiego demandado por
las ciudades. Lo que me gusta de los lenguajes urbanos, de cómo usamos
estos lenguajes para contar las historias de las ciudades y de la memoria que
construimos es que no produce unos efectos inmediatos sobre las personas como
sí hace la política. No sé cómo reaccionará el mundo de la arquitectura y el
urbanismo a todas estas nuevas circunstancias, la verdad, en poco tiempo espero
que salga algo positivo. La desesperación de no tener nada que perder,
devolverá la esperanza.
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