lunes, 16 de abril de 2012

SIGO CREYENDO EN LA RAZÓN CIVICA DE LAS CIUDADES

La indolencia y el desconocimiento han ocupado gran parte del hacer actual de la urbanística. La carencia de autoridad profesional y política en el ámbito del urbanismo ha dado pie a la extravagancia y la irresponsabilidad arquitectónica. La responsabilidad nace de la autoridad que da el conocimiento y el talento, y esto, es verdad, ha faltado bastante, en la precrisis y lo que es peor en esta etapa actual de crisis financiera.

Ordenar y equilibrar las ciudades es positivo, que no tiene nada que ver con normativizarlas, tematizarlas y homogeneizarlas. No solo por razones económicas, la economía crece dentro de los procesos de igualdad, que no son procesos de uniformidad. Sino también que una ciudad que merece ser vivida es mucho mejor que la que no lo merece. Vivir es la razón de ser de la ciudad, la ciudad es una proyección de la vida, es una de sus manifestaciones.

Cuando escucho que la gente reclama grandes capacidades económicas, negocios y burbujas para que afluya el dinero de los ricos, pienso que yo prefiero menos posibilidades pero que pueda venir cualquiera. Me gustan las ciudades por las que discurren los “cualesquiera”, que no expulsen porque necesitan crear nuevos espacios de negocio, ocio o cultura. Sigo creyendo en la razón cívica de las ciudades, en el espacio público, colectivo y en el espacio privado, domestico, por donde circula la intimidad de los seres humanos.

Por eso las ciudades deben aceptar la diversidad de modelos, apostar a un único modelo urbanístico es peligroso, sea compacto o difuso, porque no es verdad que la vida sea única, aunque si una y diversa. Prefiero las ciudades con diversidad de proyectos, sin la angustia de las ciudades temáticas, sin la perdida de calidad que da la uniformidad, sin el abandono de los espacios de vida tradicionales, que son muchos y muy distintos, no solo los cascos históricos amurallados, patrimonializados, convertidos en espacios arqueologizados sin vida.