Ahora, más que nunca, el bien común, la ciudad, es la base de un futuro
mejor. La ciudades que mejor funcionan
son aquellas que han creado, asumido, y ahora refuerzan, unos códigos propios
de conducta urbana saludables. El “bien común”, la ciudad, “el espacio colectivo”, que
enarbola nuestros códigos propios como comunidad es la base de la construcción
de la ciudad.
Puede parecer simple, pero lo contrario, atizar el desastre de la desunión,
para impulsar los instrumentos de la codicia y el abrazo al negocio sin más, nos
lleva a un pandemia mayor, no solo sanitaria, sino también económica, social, y
como no urbana .En este momento, este es el reto mundial y local, en nuestras
comunidades, que afecta el principio a
la salud de las personas y que está llevándose consigo una gran cantidad de
vidas y de recursos de bienestar.
Cómo no recordar en
estos días a Max von Sydow, el actor sueco recientemente fallecido, que
representó en El séptimo sello, la figura del caballero que
juega al ajedrez con la muerte una partida, perdida de antemano, en ese tétrico
marco medieval de procesiones de flagelantes aterrados ante la peste. O la
magistral descripción de la peste de 1630 en Milán que ofrece Manzoni en Los
novios. O el brillante relato de García Márquez en El amor en los
tiempos del cólera.
A diferencia de otras ocasiones, la
actual crisis sanitaria, cuenta con más y mejores recursos para responder a
ella, en unos sectores mas que en otros, no nos engañemos, igual que unas
ciudades más que en otras. Como urbanistas, hoy, tenemos un personal bien
formado y entregado a su profesión. Merecen todos, nuestro más profundo
agradecimiento. Han abierto el debate con rapidez y sin miedos, y aunque han
surgido oportunistas sin escrúpulos, que siguen anclados en modelos urbanos antiguos
como si nada hubiera pasado, ni en esta crisis, ni en la de 2.008, manipulando
y frivolizando las ideas, hay que reconocer que han sido una minoría.
Es cierto, que pululan conductas insolidarias,
de esas que dicen: “ aquí lo que hace falta es flexibilizar y aumentar el
cemento, seguir el juego a costa de lo que sea”. No les preocupan los déficits
de salud, ni lo que ocurre en la dependencia y en la residencia de los
ancianos, ni en el cuidado y la educación de los niños, ni como crear empleo
estable, remodelar la logística del trasporte, la falta de vivienda digna, los
déficits a raudales de naturaleza que tenemos y de biodiversidad, de
organización de servicios sociales, o que modelos urbanos ofrecer, para superar
estos nuevos retos. Los problemas urbanos de déficits de bienestar y empleo que
han surgido se les ha olvidado enseguida. Pero hoy sabemos que nuestro mundo es
más que nunca interdependiente y la solidaridad universal es indispensable.
El miedo se nos va entre la manos y la
ciencia se nos quedó en mercancía: “Haber si pronto tenemos vacuna, claman, y
nos dejan seguir con nuestra normalidad antigua”. Siempre el miedo guardó de
algún modo la viña para que tuviéramos interés en sobrevivir, los que pueden.
Por eso estos días se repite el eslogan:
“Navegamos todos en el mismo barco, debemos estar unidos”. Y ciertamente, es
así. El fugaz vínculo del interés común, la ciudad, es demasiado débil para
hacer frente con altura humana al desafío social y económico, que ya se está
incubando, y exigirán para enfrentarse a él mucho más capital ético que la
simple convicción de que no nos conviene egoístamente que se hunda el barco:
perdemos todos. La agregación de individuos no basta para resolver nuestras
comunidades urbanas, hace falta un “nosotros y nosotras”, reforzado como ciudad.
No nos olvidemos, siempre habrá un antes
y un después de esta crisis, por muchas medidas paliativas que tomemos.
Necesitamos mucho más que una ciudad temerosa, de esas que dicen: “aquí no pasa
nada, sigamos adelante como íbamos” . Hace falta hacer frente al reto social y
económico, no solo de lo tangible en las ciudades que se nos esta quedando
obsoleto, sino acrecentar el peso de lo
intangible en la vida social, en la reconstrucción del “bien común”, la ciudad.
Resulta indispensable la mano intangible
de los valores, las normas y las virtudes cívicas, que son valiosas por sí
mismas y para lograr que la ciudad funcione. Es el aceite que engrasa las
ruedas de las maquinarias visible e invisible, el peso de lo intangible. Lo que
la tradición clásica urbanística ha llamado el urban, el carácter
de una sociedad, desde el que hacer frente a las situaciones cambiantes y de
incertidumbre que las sociedades complejas nos traen. Philip Petitt en sus
textos nos lo recuerda, una y otra vez.
Nuestras ciudades y territorios sufren
hoy profundas obsolescencias y agotamientos. Hay trozos de ciudades que mueren
y otros que tienen éxito. Necesitamos nuevos conceptos para entender mejor lo
que sucede, sus causas, sus erosiones, los nuevos códigos de conducta de la comunidad urbana.
Igual que el agua revela su importancia
en cuanto falta. Igualmente, renunciar a diseñar, y planificar nuestras
ciudades, enseña el error enseguida. Necesitamos nuevas practicas urbanas
compartidas, que nos ayuden a hacer que las ciudades que se erosionan vuelvan a
encontrar la dirección idónea para funcionar.
¿De verdad, que sabemos de esto?
¿estamos aprendiendo estas lecciones para el futuro, que ya es presente?. Estoy
seguro que igual que salimos en otras crisis, saldremos de esta, mal que bien
la superaremos, aunque sea con tristes resultados. Pero lo que sucederá en el
futuro dependerá en buena medida de cómo ejerzamos nuestras actitudes y reconstruyamos
nuestros códigos urbanos. ¿Será desde ese “nosotros y nosotras”, desde de ese
bien común incluyente?, o ¿será desde la negación de los modelos urbanos?, idolatrando
los fragmentos que ofertan lúgubres
soluciones, en los que unos ignorantes gurús del urbanismo juegan a hacerse con
el poder. Es en este punto donde demostraremos que hemos aprendido algo.
Por eso es importante enfrentase al
conflicto, obtener conocimiento y acercarse a la realidad sin miedo. Siempre es
buen momento, pero este si cabe es más, apostar por la verdad de la realidad
urbana, libres de ideas preconcebidas, sin la visión deformante de la realidad
con la que juegan los poderosos.
A pesar de las declaraciones de algunos
gurús, de que es el fin de los modelos en comunidad, el fin del “bien común”,
de la ciudad, tendremos que seguir eligiendo. Somos conscientes una vez más de
nuestra fragilidad e incertidumbre, y de nuestra gran complejidad. Vendrán
nuevas crisis para las que no tendremos tampoco una respuesta inmediata. Pero
lo que sí podemos anticipar es que estaremos mucho mejor preparados para
enfrentarlas si lo hacemos desde la amistad cívica urbana, que es preciso
cultivar día a día. Desde la convicción de que estamos unidos por un vínculo
que nos convierte en un “nosotros y nosotras” incluyente, ciudades del bien
común, no en unos excluyentes fragmentos de políticas de ofertas. Como dice
Adela Cortina, es desde la indispensable solidaridad urbana, que no se
improvisa, desde donde hay que enfrentarse a estos nuevos retos sanitarios y no,
desde la que algunos están dando tan buenas muestras en esta dolorosa situación.