miércoles, 24 de marzo de 2021

DIALOGO CON LA CIUDAD

Durante esta pandemia, igual que otras muchas personas, hay veces que deambulo por mi casa. Me doy cuenta que hay objetos que podrían estar en mi despacho, en el vestíbulo o en el salón. Esto me ha afianzado en una idea que durante toda mi vida ha ido creciendo dentro mía: huyo de las clasificaciones profesionales exclusivas, y cada vez me describo más o me gustaría hacerlo, como lo que he tendido a ser, un creador artesanal bastante inclusivo.

En las ciudades me gustan los objetos y los modelos que quedan fuera del tiempo, no como transcendencia, sino porque el tiempo pasa poco para ellos. Ciudades que combinan calma y pasión, no como emoción, sino como motivación.

Durante este confinamiento he trabajado, curiosamente con poco tiempo libre, es raro, pero ha sido así. Por eso una de mis grandes dificultades durante esta pandemia ha sido no distraerme en exceso: resistir, permanecer centrado, incluso me lo he tomado como una misión, como un objetivo. No es fácil, y pienso que debe ser muy difícil para las generaciones jóvenes, evitar distracciones rodeados de tantas incertidumbres, falta de movilidad y tanta continua venta de innovaciones y renovaciones. Que fácil debe ser perderse en esas circunstancias. Nos ocurre a los que tenemos ya una cierta edad, supongo que para los jóvenes debe ser complicadísimo, máxime si le añadimos el miedo al futuro.

Pero para no distraerme he tenido que estar muy atento a lo que pasa fuera de mi mismo, sobre todo para eliminar tanta cosa que no me hacía falta, para bajar su diapasón. No es bueno resistir encerrado en tus ideas, pero igual es peor dejarse arrastrar por los excesos del marketing de la ultima noticia. Es verdad, que uno debe alimentar siempre su mente y su espíritu. Pero las tecnologías de la información, siempre “tan generosas”, a las que nos estamos acostumbrando, van paralelas a la distrac­ción. No dejan poso. Solo roban tiempo. Por eso, mantener una distancia con todo lo que se hace y se produce de ellas es fundamental. Así hay ciudades que siempre están intentando introducir lo último que escuchan.

El principal problema de la so­ciedad actual es la falta de tiempo, incluso en las pandemias, algo raro nos debe pasar. Todo tiene que pasar rápido, inmediatamen­te, antes que inmediatamente. La prisa nos lleva a actuar solo instintivamente y creo que la ausencia de pensamiento, de reflexión, de indagación, de meditación, es un crimen.

La pregunta clave antes de desarrollar cualquier elección de trabajo es: ¿Qué necesito?. Estamos rodeados de un exceso que todo lo pervierte.

Sobre esa base elijo como crear. La creatividad no es algo nuevo. Es an­ciana. La idea de que necesitamos cosas nuevas es una invención. La idea de que la ciudad necesita cosas nuevas es una invención mayor. Casi nada es realmente nuevo. Saber decir que no, es fundamental en la vida. Lo contrario es pura avaricia o falta de inteligencia. Por eso las ciudades, al menos algunas, se vuelven como los seres humanos avariciosas, codiciosas. Operan por dinero o por ego, no por cosas que necesiten. La locura de la sobreproducción no es buena para nadie.

Mi trabajo, como economista, como urbanista, como creador artesanal, trata, a veces, de dejar cosas fuera del tiempo. Alguien puede pensar que eso es una hi­pocresía porque, al fin y al cabo, también pro­duzco objetos e ideas actuales. Pero siempre intento preguntarme: ¿tengo algo nuevo que decir?. No es una pregunta retórica. Eso me da tiempo para pensar y me permite elegir. Me permite pararme un momento. Aprender.

No tendría proble­ma en dejar todo lo que hago. La libertad es fundamental para un creador. Esa libertad de cambiar creo que me da madurez, y me sirve para encontrar el punto de esfuerzo necesario.

Cualquier etiqueta que te pongas es una reduc­ción de lo que eres. Incluso el nombre que te dan al nacer: todo lo que vayas a hacer y ser no pue­de estar incluido en esa palabra. Por eso pienso que las clasificaciones son irrelevantes. Yo hago lo que hago. Que no soy urbanista, soy economista, que no, soy artista…artesano, simple observador. Pues vale. Al final, las discusiones por clasificar a la gente solo revelan estrechez mental y una defensa de las jerarquías que no comparto. Para mí ser creativo es un término inclusivo que deja fuera justa­mente a quien no es creativo, sea cual sea su formación. Debe ser un honor que te consideres artista.

Mi educación ha sido un viaje muy largo hasta saber lo que quería hacer. Cuando lo he sabido, me he dado cuenta que no tenía sentido buscar las cosas por buscarlas, cuando ellas estaban siempre conmigo: hacer cosas que se quedaran, que tengan sentido de colectividad. Tan moderno, para acabar dando una respuesta clásica.

El tiempo y el trabajo me sirven para jugar con las oportunidades, para crecer, investigar y ser crea­tivo. Por eso me siento un privilegiado, porque puedo investigar, vivir, crear, porque la vida me invita a ello. Y con esa invitación he sabido una cosa: quiero hacer las cosas que hago a cada instante. Se que mi tiempo es limitado. Cuando me propongo hacer algo creo en ello, tengo la sensación de cumplir la invitación de la vida en ese momento. No necesito hacer muchas cosas, ni tener la capacidad para ello, ni terminarlas perfectamente, no es esa la prioridad. La prioridad es celebrar la invitación que me llega.

Crecí en un lugar pequeño de Marruecos. Sin contacto con el mundo cultural. He dado algunas vueltas, pero la gran ventaja es que cuando lo que te rodea no cambia conti­nuamente, desarrollas la capacidad de ver lo pequeño, los matices, aprendes a tener en cuenta, incluso a inspi­rarte en las cosas pequeñas. Las cosas cotidianas. Lo local. La mayoría de la gente huye de los pueblos para buscar creatividad en las gran­des ciudades. ¿Sabe Dios a que llaman grandes ciudades?. Solo trato de encontrar una voz propia. Ha sido mi sed de creatividad la que me ha hecho aprender. Igual la ciudad tiene que aprender a tener voz propia.

Yo quería hacer algo creativo, pero temía esa decisión. Así que hice las dos cosas: estudié lo que me debía dar un trabajo e hice en el fondo lo que quería, que fue lo que realmente al final me consiguió un trabajo: ordenar y reajustar lugares en las ciudades para beneficiar a las personas. Curar espacios.

En los últimos años, y va a seguir así cada vez más, va ha haber muchos cambios en las tecnologías de las ciudades. Todo está cambiando. Es lógico que nos hagamos la pregunta, ¿necesitamos tantos cambios?. Muchas cosas están cayendo en desuso y estamos perdiendo mucho en tér­minos de estética, calor, color y hasta poesía. Parecía que las ciudades iban a ser ya siempre iguales. Pero el cambio más radical va a tener que ver con el respeto al medio ambiente y nuestro reencuentro dialogado con la naturaleza. Tiene que pasar. Hay que buscar otro tipo de “poesía” en la ciudad. Hoy la tecnología permite hacer muchas otras cosas. Y nos obliga a ser creativos.

Teóricamente las ciudades podrían desparecer. Aunque eso no llegará a pasar. Porque es bueno que existan. Pero me doy cuenta que tenemos que aprender a capturar las imágenes potentes y sencillas de cómo ocurren las cosas en la naturaleza. La manera en la que percibimos la naturaleza. Es desde esa nueva mirada, desde donde encontraremos las soluciones y sabremos de verdad para que nos sirve la tecnología. En entender la naturaleza está la solución de nuestras ciudades.

Es verdad que defiendo que nada es nuevo en si mismo, solo es diferente la manera en que respondemos a los mismos problemas, y las formas distintas en como los miramos. Yo me muevo en un mundo que me reta lo sufi­ciente para permitirme mantener un idioma: explorar solo lo necesario.

Cambiar es una regla de la vida, claro. Uno no evoluciona sin exigirse más, sin intentar llegar más lejos. La superación forma parte de nuestra humanidad. La imaginación es lo que nos define como seres vivos.

Por eso me concentro en los pe­queños cambios, que a veces son más grandes de lo que creemos, en un solo idioma, con mi voz propia, evitar las modas inconsistentes.

A lo nuevo siempre se le asocia una sorpresa muy poderosa. El problema es cuando la sorpresa no tiene una idea detrás. Sin pensamiento que lo sustente, sin razón de ser más allá de la primera impresión, en ese caso lo nuevo es efímero. La mayoría de las sorpresas mueren una vez han sorprendi­do. No pueden asombrar dos veces. Por eso yo intento eliminarlas y no me distraigo, ni engaño a nadie. Lo que queda tras la primera impresión me parece lo más importante. Pienso que la resta es siempre lo más difícil. Restar es profundizar, hacia esa sabiduría que esta muy dentro. Crear no es sorprender, sino conversar.

A los ciudadanos, los urbanistas deberían hablarles a través de lo que hacen. El urbanismo tiene que ver con la práctica del hacer. Buscar puntos de afinidades, lazos familiares que les conecte con nuevas respuestas a esos problemas de siempre, con nuevas tecnologías si hace falta, con nuevos materiales y formas. Cuando esto lo encuentra el urbanista, siente comodidad, y piensa que habla el idioma de los ciudadanos y puede participar en la conversación de la ciudad.

No entiendo la frase “esto ya se ha hecho, esto ya lo he visto”. Al revés, lo que busco: es poner al día ideas del pasado, nuevas respuestas a esas cosas antiguas. Revisar lo que existe, rescatar clasicismos. No me preocupa que el pasado aflore en mis creaciones. Al contrario, agradezco esa digestión. Si alguien cree que ha creado un objeto completamente nuevo o que ha te­nido una idea radicalmente diferente, casi seguro que podría demostrarle que hace diez años, o tal vez hace cien, o incluso mil, una idea muy similar apareció en algún lugar del mundo. Lo nuevo no existe. Las ideas, como la materia, se transforman. Por eso es tan difícil crear: crear es transformar. Por eso las ciudades no necesitan espectáculos nuevos, solo transformarlas, mejorar sus respuestas, dotarlas de nuevos diálogos, sobre todo en estos días con la naturaleza: la ciudad es naturaleza y la naturaleza, el territorio es ciudad.

La honestidad que encierran estas ideas, es evitar los disfraces y los escenarios engañosos, y si te disfrazas explícalo. Un buen carnaval es un excelente acto urbano. No intentar ser lo que no eres, y esconderte en ello. Comunica a la población lo que realmente eres. Conversa honestamente con la ciudad.

Vicente Seguí Pérez (Economista-Urbanista)