lunes, 19 de abril de 2021

DISEÑO URBANO Y DISTANCIAMIENTO SOCIAL



Durante todo este año de pandemia venimos dándole vueltas al concepto de distancia social como una de las principales herramientas para evitar el contagio del covid-19 y reducir la propagación del mismo. Ha sido y todavía es, el instrumento básico para disminuir los valores de transmisión. La distancia social, la estimamos en un metro y medio o dos metros, depende de muchos factores que ahora no vienen al caso. La distancia social como instrumento disuasor de la epidemia tiene una relación directa importante con la densidad de población, y por tanto, con el grado y la morfología de la urbanización que la sustenta.

Es en las grandes ciudades, y sobre todo en los “trozos” de ciudad más densos y peor configurados en términos de estándares de diseño social, donde encontramos los riesgos más elevados para la propagación de la infección, con consecuencias graves, en términos directos e indirectos, ya que la densidad de población, los niveles de renta y de cultura, y los errores de diseño social-urbano, obligan a compartir espacios y dispositivos, de maneras no adecuadas, con mayor asiduidad con otras personas,.

La distancia social es un estándar de diseño urbano y de salud, pasando desde el contacto íntimo de las personas, al auto-aislamiento de las nuevas soledades no-deseadas, y sus relaciones, en todos los casos, con los entornos.

La disciplina que estudia la relación espacial entre personas como manifestación social y significante se llama “proxémica”. Es decir, experimenta la relación que las personas tenemos con el espacio, o con la comunicación vinculada a la kinésica o con la ergonomía y los conceptos de trabajo. Tiene que ver con la percepción y el modo de empleo que el ser humano hace de su espacio físico, de su intimidad personal y de cómo y con quién lo utiliza. Del uso que se hace del espacio personal y colectivo, del espacio que rodea nuestro cuerpo. Esto nos permite crear un marco de interacciones con las dimensiones espacio temporales que disponemos. Este marco expresa diversos significados, los cuales responden a un complejo sistema de restricciones sociales, relacionados con el sexo, la edad y la procedencia social y cultural de las personas.

Más concretamente, la proxémica se pregunta, ¿Cómo estructuramos y utilizamos el espacio las personas?. ¿Cómo son las relaciones de distancia y el espacio que hay o no, entre los seres humanos y entre estos y sus entornos?. ¿ Cómo es​ el empleo y la percepción que el ser humano hace de su espacio físico, de su intimidad personal y de cómo y con quién lo utiliza?. Todas estas cuestiones están relacionadas con el trabajo, los modos como conversamos, las posturas y el contacto físico, la densidad urbana, la morfología y el diseño urbano y sus significados, con la cultura y la territorialidad, es decir, con la manera en que estructuramos los espacios y la distintas percepciones que tenemos de ellos, según la influencia de nuestro comportamiento comunicativo y existencial.

El antropólogo e investigador estadounidense Edward T. Hall fue quien acuñó el término proxémica (de proximidad). Fue colega de otros investigadores significativos como Marshall Mcluhan y B. Fuller, llevando a cabo diversos estudios para transcribir el comportamiento entre los seres humanos según su proximidad en diferentes tipos de espacios. Hall entiende la proxemica, como la estructuración inconsciente por parte de los seres humanos del espacio micro, la distancia entre los interactuantes en sus comunicaciones, la proximidad y el alejamiento entre los mismos, sus posturas, gestos y la presencia o ausencia del contacto físico, la organización del espacio o el diseño de las ciudades y de sus elementos (vivienda, equipamientos colectivos, parques, centros de trabajo, viarios…).

Por lo tanto, el concepto urbanístico de urbanización y territorialidad, como estructuras de interactuación, tiene que ver con el comportamiento y el modo en que usamos el espacio los seres humanos. La ordenación urbana regula esta interacción social y controla la intensidad y densidad. Este uso del espacio puede dar lugar a conflictos sociales y sanitarios cuando el territorio se vé invadido por cualquier elemento dañino, sea otra persona o un virus. ​

Helena Calsamiglia y Amparo Tusón, sociolingüistas catalanas, expresaron la territorialidad como un concepto directamente relacionado con los comportamientos y modos de organización, es decir, con los modos en que usamos el espacio tanto material como psicológico y simbólico los humanos, espacio por el cual nos movemos, y lo definen en un sentido etológico como un “conjunto de conductas que adquieren un valor simbólico en la vida social, según estén situadas en un espacio público o privado”. ​

El uso y la percepción del espacio que tenemos los seres humanos nos proporciona múltiples informaciones. Nuestra conducta con respecto al espacio nos revela informaciones sobre nosotros mismos y sobre nuestra personalidad, así como sobre el funcionamiento de la cultura de donde provenimos. La interacción social integra el comportamiento espacial.

De manera que si alguien traspasa nuestro espacio físico, conversacional, establecemos mecanismos para restablecerlo, es decir, realizamos ciertos movimientos durante una conversación con el fin de encontrar una distancia cómoda. Este espacio que nos rodea se conoce como “espacio personal o informal” y acompaña a todos los individuos. El territorio que lo delimita, su expansión o contracción, depende de diversas situaciones. Evidentemente existen diferentes tipos de espacios o radios de acción que determinan nuestros comportamientos pero en los que ahora no vamos a entrar. Lo que si podemos afirmar, es que la distancia social y sanitaria entre la gente, está generalmente correlacionada con la distancia física y la densidad, que serían subcategorías del espacio personal o informal.

De manera que aunque muchas culturas, compartan ciertos puntos en común, no evita que se den distintas formas de entender sus relaciones espacio temporales, por lo que a veces sus diferentes gestos al actuar con respecto al espacio son diferentes. Lo podemos ver entre alemanes y norteamericanos, incluso entre ingleses y norteamericanos

Los franceses son más sensibles cuando buscan el contacto con otras personas, a diferencia de los norteamericanos que son más distantes. En la oficina, los estadounidenses buscan tener su espacio privado, mientras que el espacio de los franceses es abierto.

En Japón, las paredes de las casas son móviles, es decir, se pueden adaptar a los espacios. El lugar donde duermen se puede transformar fácilmente en el lugar donde desayunan o en un salón de entretenimiento.

En las culturas latinas, esas distancias relativas son más pequeñas, y la gente tiende a estar más cómoda cerca de los demás. En las culturas nórdicas es lo contrario. ​

Por todo ello la incidencia del covid-19 en las ciudades y en los territorios posee un efecto devastador si no sabemos comprender estas cuestiones, tanto a nivel sanitario como económico. Pero los urbanistas seguimos sin darles la importancia que tienen en el diseño de nuestras ciudades.

Actualmente, el proceso de urbanización avanza inexorablemente, destruyendo el significado de los territorios, de la ruralidad, del paisaje y de la naturaleza, planificando procesos de concentración de la población entendidos exclusivamente como un simple ejercicio económico, al margen de sus resultados sociales y sanitarios. Solo Buenos Aires, por poner un ejemplo, concentra cerca del 40% de toda la población argentina y Tokio concentra el mismo porcentaje de PIB con respecto al resto del Japón o en nuestro país Madrid concentra cada vez mayor población y PIB, como si fuera un éxito, cuando lo que esta generando son mayores problemas de desigualdad social y de ineficiencia territorial y sanitaria.

A mayor abundamiento, sobre estos problemas, existen estudios en los que se relaciona directamente la contaminación y el cambio climático, como otro factor de riesgo que inciden en el mismo sentido que la distancia social, tanto por su impacto en la salud como por la posibilidad de que el coronavirus pueda transportarse a través de las emisiones contaminantes, con graves efectos sobre la economía. Es claro, pues, que las ciudades, los territorios, sus significados y diseños en las sociedad contemporánea, juegan un rol crucial en esta crisis pandémica, en ambas dimensiones, sanitaria y económica. Tenemos problemas de alguna forma similares con los que se enfrentó el movimiento higienista-urbanista en el siglo XIX con la densificación de las áreas urbanas y el abandono de los espacios rurales.

En este balance y su armonización, es donde todos los gobiernos despliegan múltiples herramientas que les permitan conjugar la actividad económica con la salud social. Una de esas medidas ha sido común en mayor o medida a todos los escenarios y supone un gran impacto en nuestras sociedades: el confinamiento y el distanciamiento social. Durante este último año más de la mitad de la población mundial se ha encontrado confinada lo que ha generado efectos muy graves sobre la economía y el empleo.

No es por tanto ninguna necedad, prestar atención a estas cuestiones desde el urbanismo: ¿es posible otro tipo de confinamiento urbano?, ¿no podemos diseñar otras estrategias de confinamiento?. ¿Es posible que el diseño urbano, su morfología y su estructura permitan una mayor resiliencia ante futuras epidemias? ¿Podemos, desde el urbanismo y la geografía urbana incidir o mitigar estos efectos que, previsiblemente, puedan volver a repetirse en breve plazo?. ¿Podemos diseñar modelos más inteligentes de confinamiento?

Lo ideal, en este caso, es que pudiéramos combinar los procesos de urbanización, un fenómeno problemático pero real, con otras posibilidades de confinamiento más selectivas, permitiendo mitigar los impactos sanitarios y económicos de futuras pandemias. Tenemos que volver a encontrar los significados de los espacios, sean estos rurales o urbanos, y sus relaciones como elementos determinantes de las soluciones actuales. De la resignificación de la naturaleza y de la renaturalización de las ciudades pueden surgir nuevas formas de mirar el espacio.

Podemos impulsar parques urbanos y zonas verdes que actúen como "corta virus", amortiguadores víricos, viveros de iniciativas que cambien el significado de las relaciones de los seres humanos con el espacio, renaturalización de las infraestructuras, la introducción de nuevos modelos de convivencia de la naturaleza y la jardinería en las ciudades…etc. El urbanismo puede ayudar a resolver los problemas futuros de entendimiento entre el distanciamiento social y sanitario y la urbanización.

Existen ciudades que por su propia condición geográfica, plantean ventajas debido a su aislamiento estructural propio: si el foco de la covid-19 se hubiese producido en Urumchi (la ciudad del mundo más lejana de cualquier mar) en vez de Wuhan, ambas en China, quizás su condición de inaccesibilidad hubiese contribuido a un mejor control de la infección. Otras muchas ciudades tienen elementos geográficos que las aíslan haciendo que sean lugares, a priori, más seguros para la entrada y/o salida vírica. Igualmente podemos ir más allá y plantearnos no solo el caso de ciudades completas, sino partes de ellas: ¿Y si pudiéramos discriminar porciones urbanas y mantener distintos ritmos sociales/económicos en una misma ciudad?

De nuevo los accidentes geográficos o la planificación de “incidencias geográficas” pueden servir para dividir y sectorizar trozos de ciudades o territorios, permitiendo establecer dinámicas diferenciadas. Esto se puede observar en innumerables casos. Existen ciudades divididas por mares como Estambul, por ríos como Budapest, por montañas como Rio de Janeiro o Venecia una ciudad geográficamente en porciones aislada. Históricamente, algunas divisiones han sido utilizadas para aislar en cuarentena enfermos contagiados con enfermedades infecciosas durante el pasado, como los lazaretos en el caso de Robben Island en Ciudad del Cabo.

Podemos establecer diagnósticos diferenciados frente a una epidemia teniendo en cuenta las necesidades específicas de cada zona, ajustando nuestras acciones de choque, según el grado y singularidad del distanciamiento urbano, tanto para el caso de partes de ciudades como de ciudades y territorios completos, lo que permitiría ser más resilientes y evitar el café para todos. Un área urbana con una alta tasa de contagios puede sufrir un confinamiento más severo, sacrificando los criterios económicos y priorizando los sanitarios, mientras que en otra área esto se puede hacer de manera inversa, debido a sus bajas tasa de infección.

¿Qué ocurre en las ciudades en las que no podemos llevar a cabo estos diagnósticos diferenciados, en las que no existe esta división natural o geográfica?. Habría que crearlas mediante el diseño urbano: creando vacíos despoblados, o incorporando espacios existentes, que interrumpan la densa trama urbana, como los cortafuegos que interrumpen la biomasa en un incendio. Estos “vacíos urbanos” que cambian la distancia urbana y actúan como cortavirus son los parques naturales, las zonas verdes o los vacíos agrícolas y rurales . Los grandes parques urbanos transforman los espacios de confinamiento tipo lazaretos, aislados, estigmatizados, controlados, por espacios más democráticos, donde los estándares urbanísticos abiertos se multiplican, aumentando los m2/hab., reformulando el crecimiento y la densificación urbana en un nuevo urbanismo resiliente para el siglo XXI.

La morfología de estos espacios vacíos y abiertos poseen una o varias formalizaciones, tantas como nuestra imaginación pueda iluminar: Un gran “parque metropolitano” como pulmón verde caso de Nueva York, Sao Paulo, Berlín…Un “parque natural” tipo Almijara en la Axarquía o Sierra Nevada. Un “parque lineal”, habitualmente asociado a un elemento geográfico como un río o frente litoral como en Santiago de Chile, Madrid, Valencia. Un “área agrícola” tipo las Vegas de Antequera o Granada, un parque exterior o anillo verde tipo Vitoria, Adelaida, Colonia…etc. O las transformaciones de grandes infraestructuras en subestructuras verdes como el planteamiento que se esta realizando en París con las grandes avenidas centrales.

Los pulmones verdes descongestionan áreas circundantes, son atractores puntuales centrípetos que no tienen porqué interrumpir las tramas urbanas, ya que se encuentran rodeados por ciudad. Más bien al contrario envuelven la ciudad e integran las zonas periurbanas y rurales exteriores, sin discriminar las grandes áreas urbanas, esponjando y dejando espacios de amortiguación. Cada vez más, área urbana y rural hay que entenderlas como unidad de colaboración.

De esta manera lo que llamamos un “parque arbóreo o rizomático” lo que hace es estructurar la ciudad a través de una gran red de espacios verdes que esponjan la trama urbana, liberan suelo, permiten la distancia urbana y social, mejoran la calidad del aire y fijan CO2; ofrecen espacios recreativos y de ocio, deportes, vistas y valor escénico, naturalización, recuperación de especies y fomento de la biodiversidad. Los distintos barrios y distritos se conectarían a través de estas grandes arterias verdes o áreas rurales, esponjando la trama urbana y permitiendo ampliar las unidades de confinamiento a través de estos nuevos espacios.

¿Podría una ciudad articulada a través de estos corredores verdes operar con distintos grados de confinamiento?. Entendemos que si. Estos parques arbóreos o rizomáticos no deben verse como infraestructuras que aíslan barrios o distritos, como sí hacen las autopistas y carreteras, sino que se convierten en grandes espacios públicos de calidad, aportando valores sociales, económicos y ambientales, atractores de la población. Quizás, en un futuro próximo, la incorporación de la distancia urbana como estrategia de diseño urbano permita que, con esta traumática experiencia y nuestra innovación, las distintas áreas urbanas puedan operar con funcionamientos diversos basándose en el análisis de sus parámetros de riesgo y propagación, haciendo que las ciudades estén más preparadas y sean más resilientes para hacer frente a la siguiente pandemia. Podemos aprovechar esta crisis para codiseñar las ciudades pensando en el cuidado de la ciudad, a través de la construcción de infraestructuras urbanas y territoriales saludables.

Vicente Seguí Pérez (Economista, urbanista y escritor)