El pasado viernes uno de marzo, resultó ser una tarde deliciosa e insólita. Insólita porque no es habitual que personas que poco tienen que ver, salvo su común filiación yantriana y su condición de seres humanos deseosos de mejorar, hablen de todo o casi todo y también como es lógico de mi tema favorito como hacer y deshacer la ciudad.
Esta conversación me permite iniciar algunas reflexiones, mas si cabe, pues ya llevo algunas, en este Blog, sobre como enfrentarnos en estos días “nuevos” al “que hacer” de lo que llamamos urbanismo. De alguna forma el titulo de la novela de Philip Roth “Sale el espectro” alumbra eso que de cuando en cuando bulle en mi cabeza el ”espectro de la ciudad”. Durante mucho tiempo para algunos hacer ciudad era una forma de camuflaje. Deshacer ese camuflaje y revelar la verdad que hay detrás, alumbrar la realidad biográfica o factual, que ha tratado de ocultar con sus ficciones irreales una parte muy importante de las nefastas políticas urbanas, es lo que trato de hacer en la mayoría de los escritos de este Blog.
Desgraciadamente estas circunstancias están haciendo que muchos habitantes de lo urbano estén perdiendo contacto con la esencia de la ficción, abominan de ello, de la capacidad de la misma para comprender la imaginación, para inventar cosas. De alguna forma las ciudades están perdiendo su capacidad de ser una autobiografía encubierta de cada uno de nosotros, para acabar siendo simplemente la ensoñación de un tercero “mercader usurpador” que construye un sueño falso y aprovechado sobre nuestras biografías tachadas y borradas.
Las ciudades se construyen con autobiografías, no por supuesto porque ellas cuenten las vidas, sino porque todas, por alejadas que en apariencia se hallen, reelaboran urbanisticamente, que es muchos mas que las formas, la experiencia personal de sus habitantes, lo que han vivido, lo que viven y lo que no han vivido: sus sueños, sus fracasos, sus aciertos, sus obsesiones...etc, dotando a la ciudad de un significado que ya no es solo personal, sino colectivo.
La ciudad pura, perfecta no existe y si existiera no tendría el menor interés. La ciudad al igual que la ficción y la realidad siempre está contaminada, felizmente contaminada por nuestros encuentros, que es el carburante de las ciudades. La ciudad o es encuentro de los seres humanos o no es nada, mero camuflaje, formalismo vacío, ocio turístico temático como en los parques de atracciones.
La ciudad se debe inventar siempre a partir de lo que existe, lo que existe es el material de trabajo, no lo que no existe. La ciudad debe trabajar con hechos reales. ¿En que si no podemos basar la construcción de la ciudad?. Toda ciudad es por tanto autobiográfica, con mas o menos enmascaramiento. Para hacer ciudad hay que despojarse de las ropas y mostrar nuestro cuerpo desnudo, y partir de ahí elaborar, vistiendo, construyendo biografías bajo multicolores prendas forjadas por la creación. La desnudez inicial es el punto del partida del espectáculo urbano. Aunque en este espectáculo lo importante no es el punto de partida, sino el del llegada; no la simple desnudez inicial, sino el elaborado ropaje final. La forma con la que construimos el fondo. No podemos pretender esconder o camuflar ninguna verdad, sino usarla para que deje de ser intima y se convierta en universal, en ciudad. No es que la biografía personal no exista, ni carezca de interés, sino que lo universal, lo colectivo, la ciudad encierra entre sus ropajes el valor de la intimidad, razón de ser indiscutible de la forma urbana.
En la construcción de la ciudad lo que cuenta no es la desnudez inicial que siempre en cualquier caso hay que tener, sino el ropaje que acompaña al fondo, porque en la ciudad la forma es el fondo: sin fondo no hay forma, solo mascara. Esa es la paradoja de las ciudades, la verdad de las mismas.
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