Los territorios, al igual que las ciudades son interdisciplinares y su ética es aplicada (solo la practica las redime) y casuística y no ética pura. Hablar de ciudad híbrida es hablar de ciudades con identidades múltiples, plurales, mestizas. Hoy todo es una mezcla. De esa gran matriz urbana que es la ciudad, se pueden extraer combinaciones múltiples. Caben todas las combinaciones imaginables, también las inimaginables. Los distintos factores se relacionan de manera causal ,conviven pacíficamente entre ellos y se interconectan. En los casos que existe causalidad esta ya no es lineal sino compleja, cibernética, inscrita en redes complejas: ecología no lineal.
Todo puede incidir sobre todo o no incidir. Hoy hablamos de un cierto “confucionismo del desarrollo” y de nuevas teorías del crecimiento urbano, construidas sobre nuevas oportunidades, mas lúcidas y ajenas a las viejas “recetas muertas”, placebos inútiles de las dolencias vivas de la ciudad, como indican los arquitectos Salvador Moreno y Carlos Hernández, retomando el paradójico termino de “desproductividad” como nuevo camino para crecer y enfrentarse a la crisis: “arreglar lo desarreglado, compensar la huella ecológica de las aglomeraciones, transformar las energías sucias en energías limpias, rehabilitar lo mal construido, reurbanizar lo mal urbanizado, repoblar lo desertizado, acercar lo separado, generar convivencia en los barrios desintegrados, transformar en paisaje los vacíos territoriales....”Un crecimiento hacia adentro” en términos de Carlos Hernández, en contraposición a un crecimiento hacia fuera, siempre ajena a la ciudad y sus ciudadanos.
La ciudad contemporánea es de alguna forma sincrética y escéptica, todo se puede cruzar, combinar y conectar. Su hibridismo es lúcido y fluido. Hay una cierta hartura de la indigencia mental, de la dispersión perezosa, de los bloques erráticos y las frases hechas, del espacio yermo, inútil y demasiado usado.
Hubo un tiempo en que las ciudades estaban vivas, eran sacramento, energía sagrada y quienes conocían el secreto de las mismas tenían el poder .Actuaban como brahmanes, capaces de conjurar a los dioses y al destino. Hoy todo es distinto. Hoy políticos y predicadores se desgañitan casi en vano. La ciudad no vale gran cosa, la secularización tiene su coste, en consecuencia nadie se fía de nadie. Es cierto que la ciudad, al igual que la democracia, la empresa y el mercado necesitan credibilidad y confianza previa de los ciudadanos para poder funcionar, pero hoy se trata de una confianza y una credibilidad devaluada y de ahí la existencia de convenios, garantías, contratos, registros, normas, planes, ...etc.
Finalmente resulta obvio que todos los fundamentalismos que hoy emergen son intentos simplistas de atajar ese trasfondo de hibridismo fluido y secular que genera inseguridad. Se sustituye el genuino dialogo por la exhibición de gestos demagógicos, a ser posible con reclamo televisivo. Para sobrevivir a esta incertidumbre y complejidad se requieren dosis de “libertad interior”.
Conviene distinguir, hoy día, entre ciudad pública, ciudad privada, y ciudad intima. Muchas ciudades tiene vida pública, todas tienen vida privada, pero muy pocas tiene vida intima (“crecimiento hacia dentro” en los términos que hablaba el urbanista Carlos Hernández).
Entonces podemos hacer urbanismo, podemos tener confianza en la realidad, sin necesidad de tener creencias dogmáticas. El urbanismo ya no es un monopolio de funcionarios, políticos, empresarios o brahmanes. Podemos configurar una nueva ciudad, abandonándonos al gozo de tomar de aquí y de allá, con agilidad, eficiencia, inteligencia, justicia y razón, a la medida de cada ciudad. Que al fin al cabo ,esta ha sido una de las conquistas fundamentales de la modernidad: el derecho de cada cual a ser cada cual. Un derecho que pocas veces ejercemos.
Todo puede incidir sobre todo o no incidir. Hoy hablamos de un cierto “confucionismo del desarrollo” y de nuevas teorías del crecimiento urbano, construidas sobre nuevas oportunidades, mas lúcidas y ajenas a las viejas “recetas muertas”, placebos inútiles de las dolencias vivas de la ciudad, como indican los arquitectos Salvador Moreno y Carlos Hernández, retomando el paradójico termino de “desproductividad” como nuevo camino para crecer y enfrentarse a la crisis: “arreglar lo desarreglado, compensar la huella ecológica de las aglomeraciones, transformar las energías sucias en energías limpias, rehabilitar lo mal construido, reurbanizar lo mal urbanizado, repoblar lo desertizado, acercar lo separado, generar convivencia en los barrios desintegrados, transformar en paisaje los vacíos territoriales....”Un crecimiento hacia adentro” en términos de Carlos Hernández, en contraposición a un crecimiento hacia fuera, siempre ajena a la ciudad y sus ciudadanos.
La ciudad contemporánea es de alguna forma sincrética y escéptica, todo se puede cruzar, combinar y conectar. Su hibridismo es lúcido y fluido. Hay una cierta hartura de la indigencia mental, de la dispersión perezosa, de los bloques erráticos y las frases hechas, del espacio yermo, inútil y demasiado usado.
Hubo un tiempo en que las ciudades estaban vivas, eran sacramento, energía sagrada y quienes conocían el secreto de las mismas tenían el poder .Actuaban como brahmanes, capaces de conjurar a los dioses y al destino. Hoy todo es distinto. Hoy políticos y predicadores se desgañitan casi en vano. La ciudad no vale gran cosa, la secularización tiene su coste, en consecuencia nadie se fía de nadie. Es cierto que la ciudad, al igual que la democracia, la empresa y el mercado necesitan credibilidad y confianza previa de los ciudadanos para poder funcionar, pero hoy se trata de una confianza y una credibilidad devaluada y de ahí la existencia de convenios, garantías, contratos, registros, normas, planes, ...etc.
Finalmente resulta obvio que todos los fundamentalismos que hoy emergen son intentos simplistas de atajar ese trasfondo de hibridismo fluido y secular que genera inseguridad. Se sustituye el genuino dialogo por la exhibición de gestos demagógicos, a ser posible con reclamo televisivo. Para sobrevivir a esta incertidumbre y complejidad se requieren dosis de “libertad interior”.
Conviene distinguir, hoy día, entre ciudad pública, ciudad privada, y ciudad intima. Muchas ciudades tiene vida pública, todas tienen vida privada, pero muy pocas tiene vida intima (“crecimiento hacia dentro” en los términos que hablaba el urbanista Carlos Hernández).
Entonces podemos hacer urbanismo, podemos tener confianza en la realidad, sin necesidad de tener creencias dogmáticas. El urbanismo ya no es un monopolio de funcionarios, políticos, empresarios o brahmanes. Podemos configurar una nueva ciudad, abandonándonos al gozo de tomar de aquí y de allá, con agilidad, eficiencia, inteligencia, justicia y razón, a la medida de cada ciudad. Que al fin al cabo ,esta ha sido una de las conquistas fundamentales de la modernidad: el derecho de cada cual a ser cada cual. Un derecho que pocas veces ejercemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
ESTE BLOG MEJORA CON TUS COMENTARIOS