martes, 12 de marzo de 2013

SECULARICEMOS LA CIUDAD.

Hace tiempo que vengo reivindicando el concepto de espacio laico para la conformación de nuestras ciudades, en lo que tiene de significado pluralista, antidogmático, libre, igualitario y democrático. La idea de reivindicar un “eje de la laicidad” como sistema capaz de vertebrar a la ciudad tanto en sus formas como en sus derechos , nos permite impulsar la “tolerancia activa” como ecuación fundamental del “que hacer” urbano de nuestro tiempo. “Tolerancia activa” implica aceptación de la diversidad, de la negociación y el dialogo, de la gobernanza democrática como forma de construcción de la ciudad pública. En los espacios laicos urbanos no se dogmatiza nada, no se sacralizan ideas, es un terreno poco propicio a la imposición de normas o decisiones ajenas a la voluntad de los ciudadanos implicados. Reivindico que los ciudadanos puedan consensuar sin dogmas, dialogar y llegar a acuerdos sin necesidad de imponer, ni marcar líneas rojas, salvo las que tiene que ver con nuestra dignidad y nuestros derechos.

Nuestra sociedad actual es una sociedad saludablemente relativista y a su vez excesivamente frágil, sabe lo que quiere y lo que necesita aunque no siempre sabe como llevarlo a buen puerto, y no apuesta por ideologías imperantes, ni de cielo, ni de infierno, sino por la utilidad, la lucidez y el buen gobierno, aunque le cuesta llevarlo adelante. 

Vivimos una época de total destructibilidad del consenso entre las elites sociales y entre estas y el resto de la sociedad. El consenso no es un pacto de mesa camilla. Las cosas que hoy día hacen las elites no resisten un análisis un poco serio, y los riesgos y costes que manifiestan sus propuestas son enromes mas por incapacidad que por creatividad, y lo que es peor, todos aquellos que están en su contra son despachados como ignorantes e irresponsables y considerados “hippys estúpidos” en palabras de Paul Kugman, aunque las propuestas y predicciones que hagan sean inteligentes y acertadas. 

La obsesión que la actual clase dirigente tiene por continuar con las políticas erróneas y que han significado el desastre de la economía actual es evidente, no han aprendido nada y continúan repitiendo los mismos mantras. No solo se empeñan en no darse cuenta que el déficit en si no es un peligro y que recortar el gasto indiscriminadamente en una economía deprimida es una idea terrible y que la austeridad global no tiene sentido, pero lo que es mucho peor hay quien se empeña en que para crecer hoy día no hace falta más que repetir las mismas políticas de antes: ineficientes, improductivas, nefastas medioambientalmente y socialmente injustas. Nada ha cambiado para estos, y si alguien se opone es un estúpido hippy.

Pues bien solo en una ciudad laica es en la única en la que puede brotar nuevas opciones creativas y productivas. El consenso errado de las elites actuales, su prepotencia y su radicalidad dogmática, nos ha metido en un atolladero económico y social, del que nos va a costar mucho salir. 

El caso es que las circunstancias actuales esta suponiendo una secularización de la modernidad y este no es un camino fácil. En esta crisis, como he comentado, ha dejado de creerse en utopías, y en otras absolutizaciobnes modernas, tampoco nos van a sacar de la misma las respuestas parciales, ni el neoliberalismo, ni el relativismo absoluto que estima que no hay verdades, sino solo interpretaciones. Si es verdad que la modernidad hay que mejorarla, lo mejor de la modernidad debe permanecer y hay que defenderlo: la democracia, los derechos, la igualdad, los servicios de bienestar públicos y gratuitos, los movimientos de liberación, la tolerancia, la defensa del medio ambiente, la sostenibilidad como garantía del crecimiento.... Necesitamos superar conservando. Nuestro progreso ha tenido un coste, un coste que debemos compensar con una aproximación critica al origen y no dejarnos arrastrar por viejos capitalismos trasnochados que ya sabemos sus resultados.

Pertenecemos a la era de la complejidad y la incertidumbre pero esto debe ser compensado con un conciencia individual y colectiva mayor, no degradada en dogmas. Solo desde aquí nos acomodaremos a la complejidad y la incertidumbre, nos permitiremos el lujo de no creer en nada y de asumir los mil fragmentos que nos traen los nuevos tiempos sin desquiciarnos. Recuperemos el pasado conciliándolo con la irrupción de las nuevas tecnologías. Un pacto fértil entre la complejidad y el origen. Este es el nuevo equilibrio que la época demanda.

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