Lo peor de los presupuestos no es que sean bajos, lo que ya es un problema, lo peor es que sean ineficientes e inútiles. Que sean incapaces de marcar rutas de salida, caminos de gobierno e intervención solidaria.
En los ochenta los presupuestos también llegaron a ser mínimos, pero hubo alcaldes que supieron plantear políticas de cambio para ciudades más públicas, como fue el caso de Narcís Serra y que Pascual Maragall continuó.
El urbanismo sí puede aportar ideas y políticas en momentos de crisis. El urbanismo es conocimiento frente a la ignorancia y las políticas vaciás sin talento. El urbanismo aporta eficacia a los presupuestos y nos obliga a explicar mejor que queremos y como lo queremos. El poder de la intervención urbana no es solo de los partidos políticos sino de toda la sociedad. La ciudad no necesita artificios o emblemas sino participación y juego social, proyectos de utilización ordenada del suelo público, frente a opciones singulares de uso privativo.
Han decidido que nadie entendamos que pasa en una situación económica en crisis. En crisis necesitamos mas urbanismo que en épocas boyantes. Hacer urbanismo, crear ciudad solidaria e inteligente es una buena manera de entender la realidad urbana y social. Nos permite ordenar y jerarquizar los problemas y también las ideas. Ya hoy no podemos hablar de urbanismo, con la economización de la ciudad la hemos encapsulado, encerrado, ha desaparecido, la ciudad se ha hecho insolidaria, economía mala, presupuestos inútiles. La falta de entendimiento y de democracia urbana, nos ha traído un exceso jurídico y legalista en el hacer del urbanismo. La normativa ortodoxa manda sobre la historia de las teoría urbanística.
La urbanística de hoy se basa en la ignorancia premeditada para mantener el privilegio de seguir equivocándose, ser inútil y no pagar los platos rotos.