lunes, 2 de noviembre de 2020

PRONTO VOLVEREMOS A TRABAJAR POR EL FUTURO.




Este pequeño articulo trata de contar brevemente la “tortura” a la que están siendo sometidas la mayoría de las ciudades debido a la pandemia del covid 19. Sobre todo las zonas urbanas de rentas más débiles, que esperan que pronto vuelvan a encontrar el camino de la recuperación. 

Tengo un amigo abogado, cuyo hijo, en la anterior crisis del 2008, le dijo a su padre que iba a abrir un negocio y este amigo mío abogado se carcajeó. Después de tantos años de dar vueltas su hijo abrazaba la fe del converso: “Al final te has hecho capitalista”, le dijo. “Es que yo era una persona muy radical”, le respondió, “no, en lo que me voy a convertir es en un emprendedor”. Las partes más débiles de las ciudades normalmente aquellas sobre las que recae la mayor parte de la desigualdad económica , social y sanitaria, y en los últimos cincuenta años además los jóvenes, son los que han sido más torturados por las crisis y el desastre de sus gestiones , tan graves o más que las propias crisis. 

La juventud icono de la gloria y de la decadencia industrial y carne de cañón de las guerras, cuna de los años gloriosos de los setenta y ochenta, y de la transición, emprendía un largo camino de resurrección. Nuevas generaciones posteriores igualmente se incorporaban a cambiar las cosas, añadir sus esfuerzo a las anteriores; las suyas iban a ser una de esas cuyos proyectos insuflarían nueva vida, a una sociedad que una vez más no había previsto los errores de las malas gestiones y anunciaba nuevas crisis. 

El hijo de este amigo mío, al igual que algunos otros jóvenes tuvieron éxito entonces, otros muchísimos se quedaron en el camino. Algunos consiguieron montar cadenas de cafeterías o restaurantes y un día, algunos llegaron al récord de facturación: dos millones de euros, uno encima del otro, para otros quedó la quiebra. 

Una mañana del pasado mes de marzo, por culpa de una pandemia vírica que no esperaba, el pequeño imperio fundado por el hijo de este amigo mío apenas quedaba reducido a siete trabajadores. En escasamente un mes. A la semana siguiente quedaba solo uno. Este maldito verano, el hijo se acuerda de la conversación con su padre, del camino recorrido. “ No siento que yo he echado el cerrojo, o que yo haya despedido a alguien, siento que lo ha hecho esta pandemia”. “Tuvimos que cerrar tres de los cuatro restaurantes de golpe, y en el que quedó abierto con servicio para llevar apenas teníamos un 10% del trabajo habitual”, comentó. La situación se volvió además muy insegura. Dos miembros del equipo directivo se habían contagiado, otro tenía fiebre... “Nos sentamos los socios y dijimos ‘se acabó’, al menos por ahora”. 

Hoy su hijo está parado en casa y echa cuentas. Su novia seguía trabajando desde casa, lo cual eran buenas y malas noticias. Por una parte, garantizaba la entrada de sueldo en el hogar. Por otra, formaba parte de ese batallón de empleados que han cortado con el último hilo de vida con la ciudad: todos esos profesionales formaban el grueso de la clientela que llenaba los bares, tomando capuchinos, se relacionaban a todas las bandas posibles e intercambiaban opciones laborales. Los barrios de la ciudad que luchaban por resurgir, también habían parado en seco. La construcción también daba el aviso que ya no tiraba más. El turismo anunciaba la suspensión de actividad y, con ella, la de los proveedores de componentes auxiliares de la misma. 

Y así, como una sucesión de fichas de dominó derribándose unas a otras, toda una economía urbana que empezaba a duras penas a resurgir, se hundió en un plazo de dos meses. 

La hibernación autoimpuesta en medio mundo para frenar la propagación del coronavirus ha situado a muchas ciudades ante su peor terremoto desde la Gran Depresión. Millones de trabajadores han perdido su empleo desde que empezó la pandemia y muchos barrios de nuestras ciudades occidentales se han convertido en farolillos rojos. 

“Solemos decir que cuando se resfría España, Andalucía tiene neumonía”. Las recesiones nos golpean con más fuerza que al resto del país por la estructura de nuestra economía, muy dependiente del turismo y la construcción y en una crisis, los territorios más dependientes caen más que en otras partes. 

La neumonía la tienen ahora muchas ciudades y a Andalucía, al igual que a otras regiones de Europa ya no le quedan metáforas. La tasa de paro alcanzará el 29%, una cota inédita en la serie estadística. “Lo triste es que las cosas estaban yendo muy bien hasta ahora" dicen,. "Entre 2009 y 2019, los ingresos de las familias estaban creciendo. Y, de repente, entramos en un mundo nuevo, nuevo en todo.” 

En este mundo nuevo, cada vez pasa menos gente por las avenidas, la céntricas arterias ya no reflejan el resurgir de la crisis anterior. Seguramente estaremos en la mayor bancarrota de las ciudades de la historia. Hace un siglo, Henry Ford revolucionó la economía con la producción en cadena y ahora una ristra de startups tecnológicas y de servicios intentan ocupar espacios urbanos y de empleo, atraídas por la nueva religión tecnológica que promete una nueva fuerza tractora capaz de cambiar la economía. 

La semana pasada, ya no suena la música a todo volumen en los locales, cerrados y a oscuras, como todos los de esa calle, ahora fantasmal. El neón con el lema “cerrado” en un escaparate llama la atención como un chiste inoportuno 

El trajín se ha mudado a otra parte, concretamente, a las iglesias y a las zonas de reparto de comida que forman interminables filas de viejos, nuevos y antiguos, de todo tipo, son las llamadas “colas de la pobreza”. Se sirven comidas a gente de todo tipo, muchos, muchos sin ingresos, no pueden pagar lo mínimo. 

El 33% de la población de la ciudad se encuentra en situación de pobreza y ofrece una imagen que parece sacada de otro tiempo. De brazo en brazo, un grupo de jóvenes transporta agua embotellada recién traída por un camión. Son los voluntarios, organizaciones que lleva agua y comida a los hogares que carecen de ella. Gracias al Estado de Bienestar, tras la bancarrota del virus, en Europa no está ocurriendo lo mismo que en otras partes de EEUU o Brasil, que están aplicando mano dura sobre los clientes que dejan de pagar los recibos de los servicios básicos, alrededor de mas de 300.000 hogares se les ha cortado el suministro. A estas personas se les dice que tienen que lavarse las manos continuamente para frenar la covid-19, la mascarilla no importa y, al menos hasta ahora, no ha habido ningún plan real para tratar de restaurar el servicio de agua domestica a la personas que no pueden pagar los recibos o de organizar servicios de ayuda alimentaria. 

La ciudades son hoy un laboratorio perfecto, un círculo vicioso entre pobreza y contagios. El coronavirus se ceba en los viejos y en los vulnerables y el paro en los jóvenes menores de 40 años, ya no tan jóvenes, y el 45% de los habitantes de las ciudades lo son. Los que pierden el empleo tienen difícil salida. 

En abril, en plena lucha por la pandemia, los grandes hospitales del Estado, anuncian el agotamiento y la necesidad de mejorar las estructuras sanitarias, la actividad económica farmacéutica es imparable y acumula cada vez más beneficios. Igual así, confían los jóvenes puedan recuperar su trabajo cuando el país vuelva a abrir, pero ahora, dicen, “es el momento de pensar si es seguro para la salud volver o no”. La vieja y la nueva riqueza se evapora. Las ciudades tratan de sacudirse ese estigma de terror y convertirse en polos económicos, más modestos, pero son incapaces de diseñar nuevas estrategias, su silencio es manifiesto. 

El Gobierno ha hecho un esfuerzo por generar estímulos económicos sin precedentes en la historia moderna,: hay gente que cobra más ahora que cuando trabajaba con el sueldo mínimo. Pero es una alegría efímera. La crisis está devorando esos subsidios y la salida es muy incierta. Una economía no cierra por completo y luego abre como si todo hubiese sido una pesadilla. Muchas empresas ya han anunciado que no volverán a abrir sus puertas. La economía cifra en un 50 % la caída de ventas 

El parte de guerra real no se conocerá, sino cuando se compruebe cuánta gente queda con dinero disponible para vivir sin subsidios. La economía intenta sobrevivir. La ansiedad aumenta en todo el mundo y la economía intenta sobrevivir a pesar de que la curva de contagios sigue al alza en buena parte del país. 

Nos estamos acostumbrando a lidiar con crisis, de manera que hay amplios colectivos de población que han desarrollado un know-how propio para convivir con la tragedia. “El Estado tiene unas estructuras de prestaciones más robusta que en sitios menos acostumbrados a esto, por eso la gente se apunta mucho a las listas de paro”. Pero las políticas de empleo gestionadas por las comunidades autónomas están encalladas desde hace tiempo y ahora no saben ni que decir. 

El otro día un enorme anuncio en el Teatro anuncia conciertos de jazz que se iban a dar en la ciudad, hoy tenemos dudas que se lleven a cabo. Una lona colgada en la parte alta promete: “Pronto volveremos a trabajar en el futuro”. Es toda nuestra esperanza hoy. Las ciudades no pueden seguir en este silencio frente a la crisis actual. Cuando todo está cambiando las ciudades necesitan más que nunca diseñar nuevas estrategias. 

Vicente Seguí Pérez (economista-urbanista)

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