lunes, 15 de septiembre de 2014

UNA CIUDAD REALMENTE INTELIGENTE NO ES AQUELLA QUE LO CONVIERTE TODO EN MOLDES DE EFICACIA

Existe un cierto consenso en el mundo del urbanismo que paulatinamente se va imponiendo, según el cual la “ciudad inteligente” es mas eficiente,  mas libre de fricciones y mejor gestionada.  Estas ideas han emanado en parte de la propaganda  de empresas como IBM, Cisco o Microsoft y aunque ciudades  como Masdar en Arabia Saudita, Songdo en Corea del Sur o Singapur  nos parecen mas cercanas al taylorismo que al urbanismo, la moda se extiende  y muchos políticos mueren por que sus ciudades sean consideradas “ciudades inteligentes”. No importas cuan polémico resulte este concepto o mejor como de compatible sea respecto al urbanismo.

Da la impresión que las ciudades evitaran sus conflictos mediante análisis de macrodatos, no obstante me pasa como al artista y diseñador británico Usman Haque defiendo las virtudes del desorden, de la inteligencia del ciudadano y la participación en el hacer urbano antes que las “smart cities” como paradigma urbanístico. No es que no haya cosas loables en ellas pero también me gusta que los habitantes puedan hakearlas cuando quieran  y que la etiqueta de ciudad inteligente no sirva para otra cosa que para privatizar los servicios públicos  y condicionar la vida de los ciudadanos, alejándolos más de la construcción de las ciudades.

Una ciudad realmente inteligente no es aquella que lo convierte todo en moldes de eficacia , del más por menos, lema tan impuesto en estos tiempos de austeridad y de ajustes impuestos, sino aquella que es capaz de convivir con su desorden, usar los descubrimientos causales, la espontaneidad , la inteligencia participativa, que se enorgullece de sus limitaciones y sus tiempos, de sus imperfecciones, que no vulnera los derechos de sus ciudadanos, que impulsan la igualdad, la libertad y la intimidad. Las ciudades siempre han sido ingeniosas proezas de la ingeniería, útiles para probar nuevas y asombrosas invenciones, en donde las formas de la vida urbana impulsen la realización social y espiritual que tanto parece escasear en nuestras ciudades.

He defendido mucho en mis escritos la necesidad  de que el mundo rural, el paisaje territorial, el ecologismo inteligente  se introduzca profundamente en las ciudades, esta posición no es heredera de la tradición intelectual de vapulear las ciudades, o de odiar las urbes. La cuestión no es cuan de bonitas son las ciudades sino como de felices son los seres que la habitan.

Debemos incrementar la indagación en los ritmos de vida de nuestras ciudades, en sus rituales sean estos sociales, familiares o laborales. La tecnología,  y la productividad son loable s pero las ciudades nunca se han preciado únicamente por albergar actividades comerciales, o turísticas o productivas, que no quiere decir que no deban impulsarse, pero sustituir las nuevas concepciones tecnológicas por el urbanismo seria lamentable