Hace algunos años, mi hermano se presentó con un libro en mi casa. Se llamaba El Artesano, escrito por Richard Sennet. Ese libro, marcó en mi, un antes y un después, en algunas cosas. En aquel entonces conocía a su mujer Saskia Sassen, profesora de sociología y economista en la Universidad de Chicago, especialista en asuntos urbanos y planeamiento urbano, conocida por su texto la Ciudad Global (1991) y otros artículos sobre Redes Globales-Ciudades Ligadas. Me di cuenta que formaban una pareja envidiable. Sennet también es sociólogo, licenciado en la Universidad de Chicago y tuvo como profesora a Hannah Arendt, si bien se distancia de ella en la valoración que hace Sennet del “homo laborans”, concepto que pretende dignificar desde su posición del pragmatismo americano y al que Hanna no prestó mucha valoración. Muchos de los estudios de Sennet tienen que ver con los nexos sociales en el entorno urbano y los efectos de la vida urbana en los individuos en el mundo actual. Especialmente significativo de estos efectos, a modo de ejemplo, resulta la crisis del hombre público a partir del asunto Dreyfus, ocurrido entre 1894 y 1906, que conmocionó a la sociedad francesa y se convirtió en el símbolo moderno de la iniquidad, en nombre de la razón del Estado.
De ese libro me quedaron muchas
sensaciones, entre otras el cariño por la artesanía, y el valor del oficio en
el “que hacer” de la ciudad y otras muchas cosas. La diferencia entre el
urbanista como demiurgo (el genio ordenador) y el urbanista como artesano (obra
de un ser humano), el contraste entre ambas personalidades ayuda a comprender
el valor de la cultura urbana a lo largo de la historia. Esta ambivalencia
entre el dios planificador representado por Pandora y el ser humano libre
constructor de su existencia, se ha simbolizado, algunas veces, en estas dos
deidades. Hefesto era el constructor de todas las casas del Monte Olimpo, pero también era cojo y en la cultura griega
antigua la deformidad era causa de profunda vergüenza, es un dios defectuoso.
Por el contrario Pandora es el “bello mal”, la “quintaesencia de la seducción”,
la caja de “todos los dones”. La civilización occidental ha fusionado ambas
deidades, cada deidad contiene su contrario, un dios virtuoso que produce objetos valiosos pero cuya
imagen es fea y humillante y una diosa bella, deseable pero a su vez maligna.
Esta ambivalencia ha forjado históricamente la suerte del artesano: naturaleza
material versus cultura, cuerpo versus mente. Es necesario superar esta
ambivalencia y evaluar al artesano por lo que hace, acercarnos al mundo
material-natural, con toda la modestia, pero con ese sueño que tuvo por primera
vez la humanidad al usar las herramientas y habilidades: el bien común.
La armonía de la ciudad con la
naturaleza, con las cosas materiales, no deja espacio a Pandora. El ser humano libre no cede a Pandora su dialogo
constructivo de la vida y de la ciudad. La vida vive y muta a través del ser
humano, al igual que la ciudad que se hace y se transforma a través del ser
humano libre. El valor de la cultura, de la materia y de la experiencia por el
artesano, representante del ser humano libre,
“de realizar bien una tarea, sin más", nunca es inocente. La
habilidad, el compromiso y el juicio con que actúa la artesanía -sea "una
persona que actúa como programador informático, como médico, como arquitecto,
como urbanista, como artista" o, simplemente, como ciudadano-, supone un
contrapunto a la cultura de la negación de los límites, de la insostenibilidad
y de la competencia exacerbada, irresponsabilidades que nos ha llevado a la
crisis actual: la insaciabilidad del especulador, del competidor y del
consumidor. El deseo de “hacerlo bien” que caracteriza al artesano está siempre
amenazado por la competencia -que prima la plusvalía sobre la calidad-, por la
frustración - la negación del reconocimiento al trabajo bien hecho- y por la
obsesión- que es el riesgo que amenaza a todo artesano con la marginalidad-. El
concepto de “banalidad del mal” de Hannah Arendt no se puede aplicar al
artesano sino al burócrata.
Richard Sennett
reivindica la cultura de lo que los “humanos sabemos hacer", y asentados
sobre este conocimiento podríamos reconducir nuestra relación con la
naturaleza. Somos materia y experiencia y accionamos con ellas, cuerpo y mente
actúan interrelacionados, ejecución y responsabilidad forman parte del mismo
proceso. Y es en esta acción en la que el artesano es el más hábil, porque
consigue la mejor conexión entre la mano y la cabeza. Sennett reivindica la materia, una categoría
degradada y mancillada por la historia política reciente, por la fantasía y la
codicia del productor y el consumidor en la vida cotidiana. Sennett nos
despliega la curiosidad -el gran motor del conocimiento- que nos lleva por
campos tan diversos como la escritura, la arquitectura o la música, siempre a
la búsqueda de la habilidad, la atención y la conciencia del momento, esa
peculiar forma de la experiencia con que el artesano se encuentra con la materia
y actúa sobre ella. Y al mismo tiempo esa sensibilidad que ilumina el viaje
antropológico del artesano con un inevitable deje de melancolía.
El miedo a "los
dolores y males" de la materia que al accionar sobre ella puedan
"esparcirse entre los hombres" es tan viejo como el mito de Pandora.
Y deriva de lo que Nietzsche llamaba la “voluntad de poder”. La pulsión que nos
invita a intentar todo aquello que sea posible, nos hace caer a menudo en la
inocencia de creer que podemos prescindir de las consecuencias de nuestras
acciones. Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhatan, lo refleja
magníficamente en la siguiente cita: "Cuando ves algo técnicamente
atractivo, sigues adelante y lo haces; sólo una vez logrado el éxito técnico te
pones a pensar qué hacer con ello. Es lo que ocurrió con la bomba
atómica".
Richard Sennett apela
al pragmatismo, "reacción americana a los males del idealismo
europeo" para reivindicar la figura del artesano. Del pragmatismo se sirve
"para dar sentido a la experiencia del momento concreto ". "La
idea de experiencia como oficio pone en tela de juicio la subjetividad que
anida en el puro proceso de sentir". Lo que le permite defender,
apoyándose en John Dewey, quizás el filosofo americano mas importante de la
primera parte del siglo XX, pragmatista y padre de la psicología progresista en
la educación, que "el trabajo que se mantiene impregnado de juego es
arte". En la palabra juego, en lo que ella contiene de libertad,
curiosidad e inspiración en relación con la materia, está el secreto “..son las
condiciones económicas las que tienden a hacer del juego un estimulo ociosos
para los sectores pudientes y el trabajo una tarea desagradable para los pobres”. Este es el secreto
prohibido o raptado por el trabajo
alienado, que ha convertido el trabajo en simple medio para un fin que
determinan otros. Es esta humanización del trabajo la que le lleva a decir:
"Las capacidades de nuestro cuerpo para dar formas a las cosas físicas son
las mismas en que se inspiran nuestras relaciones sociales". En los
escritos de Dewey aparecen muchos de los temas de la artesanía urbana: la
relación entre soluciones urbanas y
análisis y diagnostico de los problemas, las técnicas urbanísticas y la
expresión de los procesos o el juego y el trabajo “el trabajo impregnado de
juego es arte”. Dewey fue socialista al igual que John Ruskin y William Morris,
Los tres instaron a evaluar las políticas públicas en términos de colaboración
o experimento compartido, de ensayo y error colectivo, de participación
conjunta en el “que hacer” urbano. La buena artesanía lleva implícito el
socialismo.
Sennett encuentra
también en el pragmatismo la respuesta al problema ético que genera el carácter
ambivalente de nuestra relación con la materia: progreso y riesgo, dominación y
responsabilidad, libertad y encuentro. Hay que introducir la ética en el
proceso del trabajo. Para trabajar bien la gente necesita libertad y evaluación
continua respecto de las relaciones entre medios y fines. La pregunta sobre la
finalidad no se puede dejar para después, la conexión entre medios y fines es
necesaria para corregir. ¿Qué es lo que producimos?¿para que sirve?, estas no
son preguntas perturbadoras, ni desleales, lo que decimos es que es necesario
enfatizar en la indagación ética durante el proceso de trabajo, por eso es
necesario evaluar y corregir, no hacerlo una vez consumados los hechos. Por
eso valora pararse y reflexionar, evaluar el trabajo a medida que se va haciendo,
el resultado final será así mas satisfactorio éticamente. Y es nuestra imperfección
la que nos debe servir para recordar que no todo es posible, que no todo merece
la pena, que la perfección no es un objetivo. La ética siempre es cuestión de
límites. De ahí que Sennett escoja a Hefesto como icono: "Cojo, orgulloso
de su trabajo, aunque no de sí mismo, representa el tipo más digno de persona a
que podemos aspirar".
El orgullo por el
trabajo que anida en el corazón de la artesanía, no tiene nada que ver con el
poder sin limites de la capacidad creativa, sino que tiene que ver con la
recompensa a su habilidad y al
compromiso responsable de su trabajo.
El trabajo deja de ser entendido como una “culpa” o como un “castigo” por el
pecado cometido, el trabajo tiene una existencia independiente a la alineación
a la que fue sometida por los dioses. La habilidad que enorgullece al artesano,
no es la simple imitación, sino esa habilidad que tiende a evolucionar e
innovar . El artesano siempre hace una pausa y reflexiona sobre lo que está
haciendo, la lentitud le permite liberar el espacio interior de la imaginación
creativa, lo que es imposible cuando se sufren presiones debido a la
competitividad y a la rápida obtención de resultados.