El concepto de comunidad, de
ciudad, de polis no se refiere solo a una organización puramente técnica o
normativa, así como la democracia no ha existido únicamente para establecer
reglas de comportamiento social. ¿Donde sino en la ciudad, el ser humano se
realiza, desarrolla las diversas posibilidades de su personalidad? ¿Donde sino
es sanado y liberado?. En este sentido, la ciudad, la vida política, significa
mucho más que traficar con “leyes parlamentarias”. La plenitud humana solo se
realiza en comunión con los vecinos y vecinas, con las cosas, con los animales,
con la naturaleza, con los dioses internos de cada uno. Todos los seres vivos constituyen una polis, una ciudad. Sin
todo esto, sin entender el fluir de la vida, la no dualidad, la violencia o la
desigualdad, una ciudad, una civilización, nunca podrá hacer posible la
plenitud humana, objetivo verdadero del concepto de comunidad.
La civilización cristiana
destruyó teóricamente el significado
globalizador de la ciudad, distinguiendo entre ciudad de dios y ciudad
terrenal. ¿Por qué? Porque asistió a la destrucción de los ideales griegos y
romanos. La comunidad, la ciudad, estaba prácticamente destruida. Para la
mayoría de la gente era imposible alcanzar el ideal de ciudad. Los antiguos
dioses habían sido expulsados de ella, los santuarios destruidos, la vida
política masacrada, como hoy vemos que
ocurre en los territorios donde el fanatismo islámico irrumpe con violencia.
Constantino al introducir el
cristianismo como instrumento de poder, los seguidores de los dioses antiguos
fueron perseguidos, todo ello con una motivación política, controlar el antiguo
orden político del Imperio Romano que estaba en plena decadencia, por terribles
que fueran las consecuencias para la cristiandad posterior, pero en ese momento
era lo único imaginable.
Agustín de Hipona defendía la unidad entre la ciudad del cielo y
la ciudad terrenal, quería salvar la unidad de la vida humana en la polis, pero
sabia que alcanzar la salvación en una sola ciudad, en aquel momento, era un
sueño irrealizable. Había esclavos, mujeres, niños, mucha gente que no podían
formar parte de ese proceso de unidad y abre una posibilidad: permitir a la
gente la opción de acceder a una ciudad
divina, un cielo difuso, en el que siempre se había creído tradicionalmente. Y
les dice, puesto que es imposible para la mayoría de la gente realizar aquí la
vida humana en sentido pleno, démosles
otra oportunidad, una ciudad-cielo. Puede que este sea un pensamiento pastoral
extraordinario, pero significa el comienzo de una dicotomía entre cielo y
tierra, una confusión y una realidad irreal, torticera, una dualidad, que a
partir de entonces se extiende en el cristianismo. ¿Puede la ciudad real, la
ciudad terrenal, posibilitar la reconciliación, la unidad global, la igualdad?
.Éste es uno de los principales deberes que el cristianismo actual debe a
occidente.
Si la ciudad es algo, és que es
comunidad, la comunidad es ciudad, somos ciudad. El hombre no puede realizar su
vida, su naturaleza, sin ser algo mas que individualidad, que un ego
particular, preocupándose solo por el control de su cuerpo, por su seguridad
personal, por su salud propia, por un conocimiento elitista, por el
embellecimiento en solitario de su alma y por tener buenas relaciones con su
otro. Las personas no son solamente individuos, su riqueza humana va mas allá.
El descubrimiento del ser pasa por darse cuenta de que soy “atman”, soy ciudad,
soy comunidad, o mejor dicho, que “atman”, ciudad, es aquello que también soy.
Esto puede que no sea todo ello un descubrimiento racional, la ciudad no es toda
ella racional, lo he dicho muchas veces, la ciudad se revela por si misma,
contra mas silencio interior tenemos, ella mas surge y nos descubre su verdad.
Por ello, deberíamos seguir atentamente sus huellas, puesto que a través de
ella muchas cosas se conocen.
Los chinos vivieron algo parecido
durante el siglo XIII o los Upanishad durante el siglo VI antes de C. Nosotros
hace algún tiempo empezamos a sentir sus consecuencias, es imposible que solo
con la tecnología podamos dominar las diversas áreas del saber urbano. No
podemos saberlo todo. Nos damos cuenta que contra mas creemos saber, mas nos
damos cuenta que sabemos menos. Creamos una inflación de saber, de técnicas y
de normas, que se transforman en ansiedad. Tenemos tanta bibliografía a nuestro
alcance, es tan extensa que nadie, ni siquiera los especialistas pueden agotarla. Al final nos limitamos a
extractos de extractos de un tema determinado. ¿Cómo puedo comprender la ciudad
si intento comprenderla cuantitativamente? ¿Puedo comprender algo mas que
aspectos particulares, fragmentarios?.
Esta fue la critica de Heraclito
a los pitagóricos, aunque pudiera conocerlo todo, este saber no sería
conocimiento verdadero, lo mismo está planteado en la tradición índica, “Donde
hay dualidad uno ve al otro, uno huele al otro, uno saborea al otro, uno piensa
al otro, uno toca al otro, uno conoce al otro. Pero cuando se convierte en
“atman”, ¿a través de qué y a quien hay que ver? ¿Cómo puede conocerse aquello
gracias a lo cual conocemos toda la realidad?. La pregunta adecuada es entonces
¿Cómo podemos conocer la ciudad?.
Necesitamos un cambio radical de
dirección. O nos orientamos hacia la producción urbana (tecnocracia) o bien
hacia la mejora de los sujetos (humanismo) Son orientaciones excluyentes como
principio. Es cierto, que en nuestra época la tecnocracia domina al humanismo.
Lo que trata la tecnocracia, es de
conseguir poder, dominar, cambiar o destruir la ciudad, con su ayuda podemos
obtener resultados, pero solo para unas minorías, algunas personas conseguirán
la felicidad otras no, necesitamos incorporar otros factores completamente
distintos. De eso se trata, de la plenitud de la ciudad, y de la participación de sus habitantes en
esta plenitud.
El humanismo es la cultura de lo
“humano” y no la habitual imagen
antropocéntrica del ser humano. Por ello, como añadido diré, que ni las
personas, ni la ciudad son el centro de todo, son parte del “esplendor de lo
real”, de la vida, del universo.
Esta decisión de la que hablo es
fundamental, y no es de carácter individual, nos concierne a todos. Que vivamos
en una comunidad feliz, no es una pregunta individual. Si la prioridad de
nuestra comunidad está orientada hacia la felicidad o hacia el poder, solo
podemos determinarlo colectivamente. Tenemos que dejar ser a la ciudad, apenas
queremos introducir en ella la voluntad del poder o de mi yo egocéntrico
tecnócrata, descubrimos que la ciudad se perjudica. La salud global de la
ciudad se produce aquí y ahora, no en el reino del por venir, no en la ciudad
de dios, no en un cielo difuso.