Entender las pausa, antes de llenar inmediatamente el espacio, es una experiencia transformadora en si misma. la transformación urbana no es el resultado de la ansiedad o la neurosis, sino de la atención y la pausa Cuando esperamos antes de actuar conectamos con la inquietud esencial que la ciudad tiene, esa amplitud fundamental que tanto nos perdemos con la inmediatez.
Cuando me refiero a no hacer
daño a la ciudad, me estoy refiriendo a no ser agresivos en nuestro
que hacer urbano, en nuestros discursos o en incluso en nuestra forma de
pensar. La base de la actuación sobre la ciudad es no dañarla. Para
crear una ciudad sana, hemos de empezar creando ciudadanía sana, y los
primeros somos nosotros, los urbanistas. El daño mas grave que nos hacemos es
permanecer en la ignorancia, perder el respeto de mirar las cosas de manera
honesta y delicada..
El requisito esencial para ello es la “atención urbana”, esa sensación de ver lo que estamos viendo claramente, con respeto. Pero esta atención no es solo el resultado de una observación formal, de una mirada mental, sino algo que nos ayuda a relacionarnos con el detalle, a relacionarnos honestamente y a respetar lo suficiente como para no juzgar con rapidez, aplicando modelos mentales preconcebidos. No nos damos cuenta hasta que punto estamos ciegos en nuestra manera de mirar y de hacer, está tan integrado en nosotros esta manera mental de mirar, que no oímos lo que los demás tratan de decirnos. Estamos tan acostumbrados a hacer las cosas como las hacemos que pensamos que los demás también deben estar acostumbrados a ellas.
Esta “atención urbana” nos
permite ver que nuestros primeros deseos y nuestros primeras acciones o
decisiones no siempre están regidas por
la claridad y la honestidad, es mejor detenernos para ver y será esa atención
que surge de la pausa la que nos permitirá ver con mas objetividad.
El siguiente paso, es claro, “refrenarse”.
La “atención urbana” es la base y el camino es “refrenarse”. Refrenarse es
una palabra que suena a rígida, un poco
represora, pensamos que las personas valientes, imaginativas, innovadoras o
interesantes no se refrenarían. Quizás se refrenen de vez en cuando, pero no
harían de ello su estilo de vida. Sin embargo, en este contexto, el
refrenamiento es el método que reivindico para no hacer daño a las ciudades,
es una cualidad de no buscar
entretenimiento, ni gloria, en el momento que nos sentimos invadidos por
el aburrimiento, la inmediatez o ese deseo profundo “de esto es lo que debe
ser”, mas bien es la practica de no rellenar inmediatamente el espacio porque
encontramos una brecha, un conflicto o una supuesta necesidad mediática.
Refrenarse, es no actuar
siguiendo un habito o costumbre cuando notamos un impulso, es renunciar a
la mentalidad del entretenimiento y el espectáculo cuando tenemos que actuar
(cuanto daño ha hecho la gloria del espectáculo). Al actuar muy rápidamente hay
algo en nosotros que no queremos experimentar, hay algo entre la agresión y la
acción que no queremos mirar, que borbotea, sentimos como inquietud,
nerviosismo y miedo, sobre lo que no queremos pararnos y descender.
Refrenarse es un método para
asentarnos en esa falta de suelo bajo nuestros pies que a veces tenemos. Si
nos entretenemos rápidamente con la verborrea, las charlas, los pensamientos,
todo ocurrirá muy acelerado, seremos un buen caso de espasmo nervioso. Al
refrenarnos, al pararnos, al hacer una pausa, nos relacionamos con todo ese
material que está debajo, a pie de calle, algo suave y tierno que
experimentamos, nos alejamos de ese comportamiento manipulativo o controlador
que a veces nos invade.
Tenemos que sentir respeto por
la vida de la ciudad, dejar de dañarla al dar vueltas continuas en círculos por
miedo a nosotros mismos. La “atención urbana” nos permite ver las
cosas cuando surgen y nos permite no aceptar la reacción en cadena que se
produce al tomar una dirección incontrolada. Mantenemos nuestro que hacer en el
detalle, en el tamaño diminuto. Y ello proviene de aprender a detenernos un
momento, de aprender a no repetir las cosas impulsivamente una y otra vez, sin
saber si quiera que pretendemos. Detenerse un momento en lugar de llenar el
espacio rápidamente es una experiencia transformadora y exitosa. Así es como
dejamos de hacer daño a la ciudad. Empezamos a conocerla y respetarla. Podemos
permitir cualquier cosa, podemos encontrar cualquier cosa sin perder el
control.
Este proceso nos conecta con el
fruto de no hacer daño. La ciudad es como una montaña donde ocurren muchas
cosas: graniza, soplan los vientos, llueve y nieva. El sol la calienta, las
nubes pasan, los animales defecan y
orinan y los hombres también Algunos hombres dejan sus basuras y otros las
recogen . En la ciudad viene y van muchas cosas, pero ella siempre permanece
allí. Hay una quietud en la ciudad que es como una montaña. No necesitamos
ir corriendo de un lado a otro o empujarnos o bebemos para olvidar o para
conseguir un nuevo contrato. El resultado de una relación optima con la ciudad,
y por tanto con nosotros mismos, es permanecer tranquilos, lo que no
significa, que no nos equivoquemos, que
nos encerremos en nuestra torre de marfil, que no corramos, saltemos o
bailemos, simplemente significa que no hay compulsión, no hay exceso de nada.
En resumen dejamos de hacer daño al espacio urbano.
La ciudad es como un laúd sin
cuerdas, aun a pesar de no tener cuerdas, habla por si mismo. Cuanto nos cuesta
escuchar la palabra y el sentimiento de la ciudad. Esta imagen significa que
nuestro discurso se asienta, se vuelve mas disciplinado y directo y menos
nuestro, mas colectivo. Dejamos de parlotear como urracas o cuervos, o a soltar
palabras simplemente por que hay un vacío de ellas o creemos que no las hay o
no las escuchamos. No tenemos que hacer las cosas o hablar por habito o por
estar nerviosos o por vanagloria personal. Domesticamos nuestro discurso y
cuando hablamos, solo deseamos comunicar, sin expresar nuestras neurosis.
La ciudad es como un placido
lago, cuando no hay olas es transparente, pero cuando el agua está agitada no
se puede ver nada, es muchas veces ese el momento en el que estamos trabajando.
Cuando la ciudad es transparente está en paz, es amistosa, las basuras están al
fondo y mejor no agitemos sus aguas para evitar mirar lo que hay allí abajo.
No hacer daño a la ciudad
requiere estar despierto, ralentizarnos lo suficiente como para tomar
conciencia de lo que decimos y hacemos. Estar despierto, atento,
ralentizarse y refrenarse se convierten en nuestra forma de hacer. En
la raíz de todo el daño urbano está la ignorancia y la perdida de claridad,
que conlleva la falta de atención y lo poco que nos refrenamos. La ciudad es
libertad, libertad natural, sin ansiedad ante la imperfección.