Existe
un cierto consenso en el mundo del urbanismo que paulatinamente se va
imponiendo, según el cual la “ciudad inteligente” es mas eficiente, mas libre de fricciones y mejor
gestionada. Estas ideas han emanado en
parte de la propaganda de empresas como
IBM, Cisco o Microsoft y aunque ciudades
como Masdar en Arabia Saudita, Songdo en Corea del Sur o Singapur nos parecen mas cercanas al taylorismo que al
urbanismo, la moda se extiende y muchos políticos mueren por que sus ciudades sean consideradas “ciudades
inteligentes”. No importas cuan polémico resulte este concepto o mejor como de
compatible sea respecto al urbanismo.
Da la
impresión que las ciudades evitaran sus conflictos mediante análisis de
macrodatos, no obstante me pasa como al artista y diseñador británico Usman
Haque defiendo las virtudes del desorden, de la inteligencia del ciudadano y la
participación en el hacer urbano antes que las “smart cities” como paradigma urbanístico. No es que no haya cosas loables en ellas pero también me gusta que
los habitantes puedan hakearlas cuando quieran
y que la etiqueta de ciudad inteligente no sirva para otra cosa que para
privatizar los servicios públicos y
condicionar la vida de los ciudadanos, alejándolos más de la construcción de
las ciudades.
Una
ciudad realmente inteligente no es aquella que lo convierte todo en moldes de
eficacia , del más por menos, lema tan impuesto en estos tiempos de austeridad
y de ajustes impuestos, sino aquella que es capaz de convivir con su desorden,
usar los descubrimientos causales, la espontaneidad , la inteligencia
participativa, que se enorgullece de sus limitaciones y sus tiempos, de sus
imperfecciones, que no vulnera los derechos de sus ciudadanos, que impulsan
la igualdad, la libertad y la intimidad. Las ciudades siempre han sido
ingeniosas proezas de la ingeniería, útiles para probar nuevas y asombrosas
invenciones, en donde las formas de la vida urbana impulsen la realización
social y espiritual que tanto parece escasear en nuestras ciudades.
He
defendido mucho en mis escritos la necesidad de que el mundo rural, el paisaje territorial,
el ecologismo inteligente se introduzca
profundamente en las ciudades, esta posición no es heredera de la tradición
intelectual de vapulear las ciudades, o de odiar las urbes. La cuestión no es
cuan de bonitas son las ciudades sino como de felices son los seres que la
habitan.