lunes, 8 de agosto de 2016

TEDDY CRUZ Y EL PROCESO DE CREACIÓN DE CIUDAD POR EL VECINDARIO.escrito por Vicente Seguí Pérez


El arquitecto Teddy Cruz nació en Ciudad de Guatemala en 1962, casi cuando se iniciaba la Guerra Civil en este país centroamericano al que se llamó Conflicto Armado Interno. Ese largo conflicto bélico librado entre 1960 y 1996, que se produjo dentro del marco de la guerra fría entre el bloque capitalista de los Estados Unidos y el bloque comunista de la Unión Soviética, causó un gran impacto en toda el área. En su mismo año de nacimiento se creaba el primer grupo guerrillero del país, el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre.

La carrera del arquitecto Teddy Cruz comienza tras estudiar en la Universidad privada jesuítica Rafael Landivar de Guatemala City, fundada a principios de los 60 del siglo pasado y la Graduate School of Design de la Universidad de Harvard en la se gradúa en 1997, con la apertura de su oficina de Investigación Urbana y Arquitectónica Estudio Teddy Cruz (http://estudioteddycruz.com/ ) en el año 2000 en San Diego, California. Durante los últimos años se ha centrado en la observación, investigación y traducción de las dinámicas urbanas transfronterizas que transgreden la rigidez de los límites migratorios, sociales, económicos y los sistemas de retroadaptación y reciclaje. En la actualidad es profesor de cultura pública y urbanismo en la Universidad de California en San Diego, donde es cofundador del Centro para ecologías urbanas (CUE).

Cruz había aprendido por la experiencia de su vida propia y de su país lo que era la adaptación, no necesitaba que otros le contaran su necesidad, ni que ningún director general de la CIA se lo explicara, ni le contaran lo que era la guerra de Irak u otros conflictos, sabía que mucha gente tenía que adaptarse a circunstancias muy críticas, y sabía bien porqué. Con todo ese conocimiento, Teddy se preguntó desde muy pronto, por qué no él y lo que hacía, la arquitectura y el urbanismo, no debía hacerlo.

Teddy Cruz a partir de la década de 1980, trabaja y vive en esa frontera tan concurrida que sostiene el “paso de inmigrantes”, porque el que transitan más de 70 millones de personas al año. Pero no solo lo hacen personas, también lo transitan casas enteras, puertas de garaje, desechos de construcción, todo tipo de aparatos domésticos, coches y restos de materiales de cualquier tipo, lo que termina definiendo múltiples espacios no reglados, barrios fronterizos, precariedades, modelos de ciudad que marcan la diferencia entre ser y el aspirar a ser.






Cruz, representó a Estados Unidos en la Bienal de Venecia de 2008 que tenía el lema” Ahí fuera: Arquitectura más allá de la construcción”. Su teoría y su obsesión no es solo criticar la crisis de las instituciones y las disciplinas regladas que teorizan sobre los órdenes urbanos, profundamente preocupados por formalizar proyectos en laboratorios, incapaces de idear otra manera de construir las ciudades o de lidiar con los crecimientos urbanos que los que les dan sus reglas legales corporativas, su cruzada también está en aprender del ingenio, la inventiva y la cultura participativa de la ciudad informal. Esto no tiene nada que ver con la tentación de poetizar o embellecer la pobreza, ni de alabar la ciudad especulada o no reglada. Lo que Cruz hace es analizar la capacidad de reacción de una población sin preparación pero con urgencias vitales para resolver sus modos de existencia y su adaptación a los espacios y considerar esa capacidad cultural. Está convencido de que las mejores ideas para el futuro de las ciudades surgirán de los lugares de conflicto, de esos lugares donde las personas han sabido dar respuestas ingeniosas a espacios de tránsito y a territorios límites. Estas cuestiones no se estudian en las Universidades, ni se contemplan en las decisiones gubernamentales.


En el marco que él ha estudiado, en la frontera entre San Isidro, un suburbio de San Diego, y Tijuana, el urbanismo extensivo (el sprawl de Baja California) choca con la densidad de los nuevos poblados fronterizos. En San Diego están algunos de los terrenos más caros del mundo y a pocos kilómetros, a “apenas 20 minutos”, algunos de los asentamientos más pobres de Latinoamérica: la periferia de Tijuana.


Es el flujo físico de inmigrantes lo que fomenta, a su vez, el flujo de residuos y el papel de esos inmigrantes convertidos en autores físicos, e ideológicos, de la transformación de los territorios. El barrio estadounidense y el poblado limítrofe, al otro lado de la frontera, es lo que le interesa. Pedazos de los barrios tradicionales norteamericanos pasan al otro lado de esa frontera para construir otras casas. Los materiales de desecho son reutilizados por obreros que han sido capaces de extraer de ellos otro tipo de arquitectura que aúna supervivencia con creatividad e ingenio con precariedad.

En México, a veces una vivienda sobre otra construye una torre de apartamentos a partir de antiguas residencias unifamiliares. Al otro lado, en California, la ocupación de garajes como viviendas y la precariedad laboral también definen un nuevo tipo de hábitat y vivienda experimental.

Lo que Cruz hace, desde hace cerca de quince años, es cuestionar el papel del arquitecto tradicional en lugares de conflicto (la ausencia o la negación casi siempre) y proponer otras acciones. Para él las mejores ideas para la redefinición del territorio llegan cuando el urbanismo se implica prestando atención a las posibilidades de la ciudad informal a la hora de apuntar caminos para otra manera de urbanizar el mundo.


Son las personas las que construyen a la vez las diferencias y las semejanzas entre los espacios urbanos, es ese oscilar entre semejanzas y diferencias el que caracteriza los mejores espacios, con los cuales el compromiso del urbanista ha consistido en dotar de razón y atracción a los mismos.

Por eso defiende una nueva planificación realizada desde abajo, construida por los propios ciudadanos. En realidad, es el urbanismo más practicado del mundo, el urbanismo que más nos gusta. El que crea estrategias alternativas a lo que está impuesto política y económicamente. Lo informal siempre cumple un papel parecido: dar cabida a lo que no cabe en un mundo pulcramente dibujado y reglado.

Eso es muy visible en Tijuana, donde el 75% de la vivienda es autoconstruida. Sin embargo, también San Diego, al otro lado de la frontera, tiene ciudad informal. De algún modo se ha formado por la llegada del inmigrante, que va alterando los espacios homogéneos de la cultura dominante. En parte obedece a que, aunque no queramos verla, la autoconstrucción es la norma, no la excepción.

Cruz cree que se puede aprender de la manera de hacer de estos espacios informales, de la colaboración profesional en ellos. “Crecí rodeado de una realidad que no he olvidado. Me refiero no solo a la situación política de represión, también a la pobreza extrema”. Lo que le ha llevado a pensar así es, además de su propia vida, la frontera en la que ha elegido vivir. Él es uno de los 300.000 individuos que a diario cruzan la frontera para trabajar a un lado y dormir al otro. Fue ese tráfico de personas y de mercancías lo primero que llamó su atención cuando se trasladó a vivir allí. Observó que con los desechos de San Diego se estaba construyendo Tijuana, por lo menos la zona cercana a la frontera. Había muros levantados con neumáticos, también puertas de los garajes de San Diego resucitadas como fachadas en las viviendas mexicanas. Cruz llama a este collage “urbanización sándwich”.

Es ahí donde Cruz ha crecido profesionalmente, pero también es ahí donde el urbanismo ha encontrado siempre sus mejores aciertos. Ese lugar atípico que en lugar de utilizar el diseño para resolverlo, ha utilizado la colaboración y la participación para dotarse de conocimientos y estrategias urbanísticas. La ciudad solo se fortalece cuando lo informal y lo formal logran entenderse, cuando colaboran entre sí. El urbanismo no niega las repuestas de los ciudadanos a los conflictos. Es posible un urbanismo más inclusivo y permeable en el que cabe la resolución personal del conflicto, la autoconstrucción o los movimientos de personas. Es posible un urbanismo que sustente la producción de ciudad en procesos más colaborativos con la producción del vecindario.

En la actualidad, el futuro de las ciudades depende menos de la construcción y más de la reorganización básica de las relaciones socioeconómicas y de la organización de los recursos y de las opciones. Por ello, necesitamos un replanteamiento urgente del crecimiento urbano actual y de nuestras formas de organización. Tenemos que cuestionar el papel de ese urbanismo incapaz de entender los procesos y los conflictos de los ciudadanos, explorar otras posibilidades más informales que no desreguladas, a la hora de diseñar una nueva manera de organizar los espacios.