Veo pasar las semanas con cierta
tristeza. Y observo que hay un paradigma urbano del que no salimos. Es más,
conforme perdemos el miedo al COVID- 19, nos afirmamos en él, a pesar de toda
la crisis que estamos pasando. Se afirma, que no es posible un modelo económico
sostenible como formula para crear ciudades saludables. No importa que
necesitemos vivir mejor, salvar el medio ambiente urbano y natural y la
biodiversidad territorial, e impulsar modelos de ciudades saludables, seguimos sosteniendo
tercamente la idea de mantener el crecimiento económico capitalista aunque sea
insostenible.
Veo como volvemos a los discursos del
crecimiento del ladrillo y la destrucción de la biodiversidad como solución.
Así vemos como distintas Comunidades Autónomas sacan leyes de dinamización económica en este sentido.
Necesitamos seguir produciendo ladrillo y cemento, sino, no hay salida, se nos
dice, por parte de estos gobiernos, para crear empleo. Sin poner sobre la mesa
ninguna política activa de empleo nueva. Y esto está prevaleciendo en
Gobiernos, empresas y algunos organismos internacionales. Pero esta idea no se
sostiene con los datos que tenemos desde el siglo XX. Hoy lo tenemos claro, el
aumento del consumo de recursos y emisiones contaminantes como consecuencia del
crecimiento económico y urbano desaforado no es compatible con la biodiversidad
de la vida, ni con la construcción de ciudades saludables y sostenibles.
Muchos académicos, instituciones,
Universidades, Centros de investigación, creen necesario y urgente un cambio de
este paradigma. Entre ellos el español Iago Otero, del Centro
Interdisciplinario de Investigación en la Montaña de la Universidad de Lausana
(Suiza), y para ello propone una batería de medidas de choque para limitar los
efectos de la economía en los ecosistemas agotados. Todo ellos bajo un lema
imprescindible, es necesario el decrecimiento urbano y económico si queremos
salvar la biodiversidad y el bienestar humano. No es compatible el crecimiento
del ladrillo exacerbado y la preservación de los ecosistemas urbanos y
naturales agotados por un crecimiento de los servicios de alto coste energético
y precarios en empleo, y mucho menos cualquier tendencia hacia los procesos de desigualdad,
sino revaluamos los valores consumistas y los sustituimos por ideales de
cooperación. Hasta hoy ha prevalecido la idea de que era compatible, crecimiento
capitalista y biodiversidad, pero ya no hay dudas, es incompatible.
Otero, como una conclusión más de la
crisis del covid -19 confirma que si queremos conservar la vida, tenemos que
salvaguardar la biodiversidad: “Una naturaleza bien conservada nos protegería
de enfermedades como esta. Detrás de la pandemia está la deforestación, la
expansión de la agricultura o el comercio de especies, que ponen a más
gente en contacto con los animales
portadores de los virus”.
Podemos resumir las medidas, a modo de
ejemplo, en las siguientes:
a a) Limitar la explotación
y comercialización de los recursos industriales ineficientes en términos de
diversidad, sean ladrillo o cemento o tierras, recursos naturales o gasto energético. Imponer a nivel
internacional limitaciones en la cantidad de recursos naturales utilizados para
la producción de los bienes comercializados por sobre explotación. Imponer diferentes
cupos a cada país dependiendo de su consumo histórico y de los excesos en las
emisiones de dióxido de carbono.
b) Restringir la
construcción de grandes infraestructuras que impidan el desarrollo y la
integridad de los espacios verdes. Los espacios verdes vertebran las ciudades
saludables. Los espacios verdes pueden reconstruir las ciudades. Poner coto al
desarrollo de grandes infraestructuras y de redes de transporte que rompen la
integridad de los espacios de valor ecológico.
cc) Potenciar la
agricultura de proximidad y el mundo rural. Los “territorios vacíos”
recualifican el sentido comunitario.
d) Limitar la expansión indiscriminada
de las ciudades metropolitanas. Relocalizar la economía para disminuir la
distancia entre los centros de producción y consumidores. Este requiere frenar
la expansión geográfica de las ciudades en favor de explotaciones agrarias
próximas a las urbes, evitando así la destrucción de zonas naturales en otras
regiones.
e e) Favorecer la
planificación urbanística racional.
f) Innovar en políticas
activas de empleo, creando nuevos empleos y
reduciendo jornadas laborales. Bajo determinadas circunstancias, la
jornada de trabajo más corta estaría relacionada con menores emisiones de
carbono y otras afectaciones perjudiciales para la biodiversidad.
g) Dificultar el
desarrollo de productos procedentes de la sobreexplotación agrícola y de la
naturaleza. La naturaleza crea civilización.
Esta son algunas medidas, podemos pensar
muchas más. No hay que ser muy listos para darnos cuenta que estas propuestas y
otras parecidas se enfrentaran a multitud de “barreras culturales y sociales”
porque van contra “el imaginario que prevalece de un crecimiento ilimitado”.
Pero no nos queda mas remedio que debatir sobre estas cuestiones. Lo mas
inmediato sería poner en evidencia el PIB como índice de satisfacción social, y empezar a establecer otros nuevos índices que evalúen el bienestar social, los niveles
de protección del medio ambiente y la sostenibilidad de nuestra comunidad.
Hasta la fecha, no se ha encontrado
ninguna correlación que sustente el incremento del PIB con la reducción del
consumo de recursos naturales. A más PIB más destrucción de la biodiversidad y
desigualdad. Hay una coincidencia entre los niveles de evolución del PIB
mundial desde 1950 y las sobreexplotaciones agrarias, el uso de pesticidas y
fertilizantes, y la demanda de consumo de carne. La producción humana de
materiales ha crecido en el último siglo al unísono con el PIB mundial,
sustituyendo ecosistemas urbanos y naturales a una escala masiva.
La perdida de biodiversidad es evidente
con la extinción de flora y fauna, pero también con modos y lenguajes culturales,
básicos para existencia. En los próximos
años esto seguirá en aumento a un ritmo del 60%, con perdidas de hábitats y
recursos de existencia alarmantes.
Pero muchos académicos, entre ellos
Iago, ven factible un crecimiento del bienestar
disminuyendo el uso y el abuso de recursos naturales y las emisiones de gases
contaminantes. En momentos de crisis
como los actuales, necesitamos intentarlo. Ni siquiera somos capaces de cumplir
el objetivo de dejar de aumentar el calentamiento del planeta en torno a 1,5
grados.
La Comisión Europea ha lanzado el llamado
“Pacto Verde”: es necesario decrecer en términos de PIB para construir una sociedad
“postcrecimiento”. Pero Otero, insiste una y otra vez necesitamos dejar de
utilizar el PIB como indicador guía de bienestar urbano. Hay que recorrer otros
caminos.