Las ciudades progresistas llevan años ganando e incorporando derechos,
asumiendo muchas competencias. Llegando a acuerdos, a pactos, a acercamiento
con la sociedad, con sus necesidades y demandas, por ejemplo con ACNUR para
llevar a cabo un plan de acogidas y con otras muchas entidades y Asociaciones. Esta
manera de hacer y participar les permite montar nuevas estructuras, nuevas maneras de organizar los entornos
sociales, servicios de emergencia,
instituciones de acogida, mesas de participación…
Es cierto que las ciudades, lo tienen más sencillo que el aparato de un gran Estado, pero esta mayor sencillez, no elude su voluntad de estar con sus ciudadanos/as, de acercarse a ellos y reconocerse ellos. Han acogido a personas que recalaron por vías irregulares, han generado procesos de ayuda a necesitados, han tocado la herida de una sociedad descompuesta y maltratada. Han, en suma, ayudado. Han creado redes, estrategias, plataformas y maneras de ponerse delante de los problemas que el Estado no es que no tenga, es que ni siquiera ha querido.
Es cierto que las ciudades, lo tienen más sencillo que el aparato de un gran Estado, pero esta mayor sencillez, no elude su voluntad de estar con sus ciudadanos/as, de acercarse a ellos y reconocerse ellos. Han acogido a personas que recalaron por vías irregulares, han generado procesos de ayuda a necesitados, han tocado la herida de una sociedad descompuesta y maltratada. Han, en suma, ayudado. Han creado redes, estrategias, plataformas y maneras de ponerse delante de los problemas que el Estado no es que no tenga, es que ni siquiera ha querido.
Pero el movimiento progresista de las ciudades, lleva reclamando
pasar del ayudar y. de las funciones, a las competencias. Las ciudades están más
cercas de los problemas, cierto, pero también saben mejor estar mejor con los
que tienen los problemas.
Y entienden mejor lo que es la cooperación entre los seres
humanos y entre los espacios, entre las ciudades y los territorios. Esta
cooperación de redes genera conexiones, inquietudes comunes, comunidad,
participación. Como ocurre con los presupuestos participativos. Muchas ciudades
lo están intentando, unas con honradez otras solo como imagen, Lo ha hecho
Madrid, pero podrían organizarse con otras ciudades para proyectos comunes.
Lisboa, París y Madrid forman un eje de historia.
Las ciudades pueden acabar con la apatía democrática. Y como
dice Ban ki Moon, la apatía es el veneno de la democracia. Las ciudades
europeas pueden contrarrestar la falta de movilización. Hace falta un marco de
relación entre ellas. Las ciudades capitalizan una manera de vivir la historia.
No son ciudades estado, al estilo medieval. Es la superación de un marco formal
que sobrepasa a las naciones. Las comunicaciones han acabado con las fronteras,
las han destruido, reclaman ser parte de la naturaleza, son naturaleza y
reclaman ser colonizadas por ella. Las ciudades se convierten en asentamientos
con más posibilidades de que aumente el empoderamiento de los ciudadanos.
Las ciudades también compiten, es cierto, pero es otra forma de competición,
es una competición leal, cooperadora, colaborativa. Cada una reconoce o así
debe hacerlo sus capacidades para ser y para crecer, por
el precio de las rentas, por el talento de los jóvenes, por la competitividad
de los salarios, por la sanidad y la salud, por la construcción de naturaleza,
la sostenibilidad, la educación y seguridad. Las ciudades saben o deben
aprender a hacer valer todas esas cualidades.
Las
ciudades son espacios abiertos. Son espacios de libertad, capaces de reconocer los
derechos de tantas partes de la sociedad que históricamente han sido negados, o
han sido discutidos. Las ciudades han sabido y saben seguir siendo generosas e
integradoras.
¿Como van a negar a su vez que en las ciudades también
se producen elementos negativos y existe
en ellas el cultivo de la violencia?. Desde la violencia de género hasta los fenómenos
equivalentes, a los grupos de jóvenes delincuentes organizados. Pero las
ciudades saben educar para la paz.
Empezando en las escuelas. En las escuelas los niños/as deben aprender el valor
del diálogo y de la mediación y saber resolver sus problemas entre ellos.
Por
mucho que se quiera psicotizar a las ciudades, los ciudadanos no renuncian a
vivir su ciudad. No he visto esa psicosis en París, ni lo veo en Madrid o
Bilbao, pese a nuestra experiencia de terrorismo. Las ciudades malamente
renuncian a la idea de vivir. Y son menos susceptibles de lo que parecen desde
fuera
Las
ciudades son las dueñas del cambio, de la actitud ante la vida, de la cercanía y
del aprecio hacia la mejora de los entornos. Las ciudades queremos más flores, más
verde, más árboles, más bosques, más naturaleza, más igualdad, más
equilibrio y justicia