Saber hacer ciudad de alguna forma es un arte, no un arte en el
sentido intelectualizado, sino un arte del ser, del existir, del vivir. Es una
experiencia de la que hablan muchos hombres en casi todas las culturas. Saber
hacer ciudad es un “savoir vivre”, donde “savoir” no es un saber sobre la vida
en el sentido teórico, aunque la ciudad tenga que ver con la vida, sino un
conjunto de experiencias completas o plenas sobre la ciudad.
No es posible construir ciudad sin saber hacerla, sin reconocer
que la ciudad es parte de la naturaleza, no es lo otro, unas veces enemigo,
otras paraíso y otras solo erial. La modernidad se resiste a admitirlo,
mientras vive obsesionada con su necesidad de seguridad y de acumular adiciones
y nuevas experiencias placenteras. No pretendo criticar la modernidad, sino
invitar a saber hacer ciudad, a saber vivir la ciudad. Saber vivir la ciudad o
saber hacer ciudad, nos invita a gozar del sentido profundo de la ciudad. Vivir
experiencias en las que todavía no se han excendido conocimiento y
materia,....vivir la armonía de todas las polaridades de la existencia urbana,
de toda la diversidad de la naturaleza.
Es una invitación personal a ser lo que realmente somos en Todo
ese Urbano que es una ciudad y que tantas veces no nos atrevemos a ser, ni a
imaginar. La urbanística no es una doctrina, sino la apertura a este riesgo. La
ciudad no es un hecho aislado, en el que nos encerramos y nos protegemos
del exterior, la ciudad es parte del Todo, es naturaleza, es Universo y
colabora con ella. La ciudad o es naturaleza o no es nada. El saber hacer
simboliza la unión de tres ámbitos que constituyen la plenitud de la vida
urbana: una ordenación orientada, un conocimiento vivido no doctrinario y una
acción correcta.
Es cierto que este saber ha sido secuestrado por especialistas,
mandarines, sacerdotes y doctores para disponer de él, tener acceso a la puerta
privada de sus aposentos y de vez en cuando comunican al pueblo lo que según
ellos les he revelado. Pero saber hacer la ciudad es admitir que es esta es la
“sede de la libertad”.Es el lugar donde el ser humano se siente en casa,
donde puede ser el mismo, donde puede, por lo tanto, ser feliz. El criterio de
la ciudad, de su conocimiento, su fruto inmediato, es la felicidad, la
bienaventuranza. Desde ahí, todos somos responsables de ella.
Claro que en la ciudad hay espacios de “dolor”, espacios mal
resueltos, mal organizados, lúgrubes, y estos espacios al ser del Todo Urbano
nos conciernen a todos. La coexistencia en la ciudad de espacios de felicidad,
bien ordenados , soleados y equipados, con otros espacios de sufrimiento,
no es explicable racionalmente y nos obligan a revisar muchos conceptos y
formas de actuar y hacer..
¿Por qué somos responsables de la ciudad?: porque la finalidad de
la ciudad, como la de toda la naturaleza, a la que pertenece la ciudad, es la
“bienaventuranza general”. Sino acertamos a dotarla de formas y
sentimientos reconocidos y no los alcanzamos, es que andamos por mal camino.
La ciudad debe ser accesible a todos, es el lugar de la naturaleza humana
mas desarrollada. No obstante saber hacer ciudad tiene que ver con la sencillez
no con las teorías complejas, mas con los sentimientos que con la técnica. La
complejidad de la ciudad tiene que ver con la diversidad y la comunicación
participativa, pero no tiene que ver con doctrinas oscurantistas. En la ciudad
pueden existir distintas polaridades, porque las polaridades tiene que ver con
el conjunto de la ciudad, con el Todo Urbano, pero lo que no puede haber son
escisiones, segregaciones, rupturas....etc
El hombre ha edificado su morada en la ciudad, pero no para negar
la naturaleza y aislarse de ella sino para construir un hogar feliz en el corazón
de la naturaleza. Somos naturaleza, y cuanto mas lo aceptemos y lo entendamos
dejaremos de destruir nuestro entorno y nos sentiremos parte del Todo Gaia, al
que pertenecemos.