La
tradición urbanística ensaña que la ciudad esta a medio camino entre el
entendimiento teórico y la inconsciencia, y que su instrumento de trabajo no
es ni la teoría mental (el “deber ser”
del derecho o el marketing), ni la arquitectura industrial o artística sin mas,
sino la creatividad terapéutica y la imaginación participada. La ciudad no es
“deber ser”, sino “ser”. Para mí, la terapia urbanística consiste en llevar esa
creatividad e imaginación a los dominios
urbanos que están desprovistos de ella y
se expresan por tanto, en forma de síntomas.
Aliviar
los síntomas y mejorar las relacione son dones de la urbanística. En nuestra época
somos particularmente esquivos a ello, porque no nos lo creemos, y por lo tanto
no le asignamos lugar alguno en nuestra jerarquía
de valores a la terapéutica urbanística.. Hemos llegado a la situación de
reconocer la ciudad solamente cuando se
queja en exceso, cuando se agita, perturbada por el descuido y el maltrato,
cuando nos hacer sentir su dolor. O
cuando la política dominante quiere imponer normas legales que en nada
responden a los síntomas de la ciudad y de los territorios, sino que responden
mas bien a meros caprichos demagógicos mas cercanos a un poder idiotizado que a
la creatividad necesaria para resolver los síntomas de la ciudad.
Es
frecuente entre los profesionales diversos que actúan en la ciudad, comentar
que vivimos una época de profundas divisiones y crisis disciplinarias, en las
cuales la teoría esta separada del cuerpo real urbano, los ciudadanos, y donde
la urbanística ha perdido la capacidad de entender, ni saber que hacer con el material
que conforma la ciudad. La cuestión es como salimos de esta escisión. No
podemos superarla solamente “pensando”, porque el pensamiento es una parte del
problema. Lo que nos hace falta es otra forma de superar esas actitudes
dualistas. Necesitamos una tercera posibilidad y esa tercera posibilidad es
volver a la terapéutica urbanística.
En el
siglo XV, Marsilio Ficino lo expresó de la manera más simple posible. Las
ideas, el pensamiento, el acto de “pensar” en solitario tiende a irse, a
desaparecer, como si no tuviera nada que ver con el mundo real. Puede que el mundo
real sea una proyección de nuestro pensamiento pero de nuestro pensamiento
activo, no de nuestro pensamiento pasivo o ajeno a la realidad. Al mismo tiempo
la materia urbana puede ser tan absorbente
que nos quedemos atrapados en ella y nos olvidemos de la esencia, de la
verdad profunda de la ciudad. Lo que necesitamos decía el pensador renacentista es “profundidad”, manteniendo la unión entre
las ideas y la vida real de las ciudades.
Lo que vengo desarrollando a lo largo de muchos artículos
de este Blog es un programa para reincorporar la ciudad a la vida. La idea no
es nueva. Lo que hago es recuperar ideas antiguas para que sea aplicable por nosotros en este
preciso y decisivo periodo de la historia. La idea de una ciudad centrada en la
profundidad de la vida se remonta a los primeros días de nuestra cultura. Se ha
esbozado en todos los periodos de nuestra historia: en los escritos de Platón,
en los experimentos de los renacentistas, en la correspondencia y la literatura
de los poetas románticos, en Freud quien
nos dio un atisbo de un mundo subterráneo psíquico lleno de recuerdos, fantasías
y emociones y en el gran maestro Jung
hablando directamente del mito y de la esencia profunda de la ciudad, su
alma, recordándonos que teníamos que
aprender mucho de nuestros antepasados. Lo que se pretende no es otra cosa que
volver a poner la ciudad en el centro mismo de nuestras vidas , la ciudad o es
vida o no es nada, pura retórica mercantilista y demagogia interesada y
engañosa.