martes, 2 de diciembre de 2014

EL CUIDADO DE LA CIUDAD

La tradición urbanística ensaña que la ciudad esta a medio camino entre el entendimiento teórico y la inconsciencia, y que su instrumento de trabajo no es  ni la teoría mental (el “deber ser” del derecho o el marketing), ni la arquitectura industrial o artística sin mas, sino la creatividad terapéutica y la imaginación participada. La ciudad no es “deber ser”, sino “ser”. Para mí, la terapia urbanística consiste en llevar esa creatividad e imaginación  a los dominios urbanos que están desprovistos de ella  y se expresan por tanto, en forma de síntomas.

Aliviar los síntomas y mejorar las relacione son dones de la urbanística. En nuestra época somos particularmente esquivos a ello, porque no nos lo creemos, y por lo tanto no le asignamos lugar alguno  en nuestra jerarquía de valores a la terapéutica urbanística.. Hemos llegado a la situación de reconocer la ciudad solamente  cuando se queja en exceso, cuando se agita, perturbada por el descuido y el maltrato, cuando  nos hacer sentir su dolor. O cuando la política dominante quiere imponer normas legales que en nada responden a los síntomas de la ciudad y de los territorios, sino que responden mas bien a meros caprichos demagógicos mas cercanos a un poder idiotizado que a la creatividad necesaria para resolver  los síntomas de la ciudad.

Es frecuente entre los profesionales diversos que actúan en la ciudad, comentar que vivimos una época de profundas divisiones y crisis disciplinarias, en las cuales la teoría esta separada del cuerpo real urbano, los ciudadanos, y donde la urbanística ha perdido la capacidad de entender, ni saber que hacer con el material que conforma la ciudad. La cuestión es como salimos de esta escisión. No podemos superarla solamente “pensando”, porque el pensamiento es una parte del problema. Lo que nos hace falta es otra forma de superar esas actitudes dualistas. Necesitamos una tercera posibilidad y esa tercera posibilidad es volver a la terapéutica urbanística.

En el siglo XV, Marsilio Ficino lo expresó de la manera más simple posible. Las ideas, el pensamiento, el acto de “pensar” en solitario tiende a irse, a desaparecer, como si no tuviera nada que ver con el mundo real. Puede que el mundo real sea una proyección de nuestro pensamiento pero de nuestro pensamiento activo, no de nuestro pensamiento pasivo o ajeno a la realidad. Al mismo tiempo la materia urbana puede ser tan absorbente  que nos quedemos atrapados en ella y nos olvidemos de la esencia, de la verdad profunda de la ciudad. Lo que necesitamos decía el pensador renacentista  es “profundidad”, manteniendo la unión entre las ideas y la vida real de las ciudades.


Lo  que vengo desarrollando a lo largo de muchos artículos de este Blog es un programa para reincorporar la ciudad a la vida. La idea no es nueva. Lo que hago es recuperar ideas antiguas  para que sea aplicable por nosotros en este preciso y decisivo periodo de la historia. La idea de una ciudad centrada en la profundidad de la vida se remonta a los primeros días de nuestra cultura. Se ha esbozado en todos los periodos de nuestra historia: en los escritos de Platón, en los experimentos de los renacentistas, en la correspondencia y la literatura de los poetas románticos,  en Freud quien nos dio un atisbo de un mundo subterráneo psíquico lleno de recuerdos, fantasías y emociones  y en el gran maestro Jung hablando directamente del mito y de la esencia profunda de la ciudad, su alma,  recordándonos que teníamos que aprender mucho de nuestros antepasados. Lo que se pretende no es otra cosa que volver a poner la ciudad en el centro mismo de nuestras vidas , la ciudad o es vida o no es nada, pura retórica mercantilista y demagogia interesada y engañosa.