lunes, 10 de noviembre de 2014

UN ENFOQUE HUMILDE DEL URBANISMO

Es imposible definir con precisión qué es la ciudad, en el sentido “profundo” de su termino, no en su visión escenógrafa o frívola. En todo caso, la definición supone un quehacer intelectual  y la ciudad en la mayoría de sus casos prefiere ser imaginada. Intuitivamente sabemos que la ciudad tiene que ver con la autenticidad y la profundidad, como cuando se dice que cierta música tiene alma o que una persona notable está llena de alma. Asimismo a los urbanistas nos debe interesar no perder el “alma” de la ciudad, la plenitud urbana que expresa. Cuando examinamos de cerca el concepto de “plenitud de ciudad”, vemos que se relaciona con la vida urbana en todos sus aspectos. La ciudad se revela en la conversación, en la comunidad, en la comunicación interior, en la intimidad, en los afectos que genera, en las relaciones que produce, en la igualdad que trasluce, en sus esquinas, paseos o añoranzas. Es tan poliédrica como la vida misma y llena de múltiples miradas, de ahí su complejidad y su sencillez.

En los urbanistas contemporáneos se percibe,  no por tacita menos clara, un tono de salvación de la ciudad, en el que está implícito que si hiciéramos lo que ellos  nos aconsejan se terminarían nuestros problemas. Pero la ciudad tal como la concibo  aunque si es un objeto de aprecio y necesidad, nunca debe ser considerada como una obra de arte, ni tampoco prometer el cielo. Los urbanistas podemos ofrecer recetas para vivir bien  y sugerencias para una filosofía urbana realista y practica. Este enfoque mas humilde es el que a mi me interesa, que acepta las debilidades de la ciudad y que considera la dignidad y la paz  como cosas que emergen de esa aceptación de la condición humana más que de cualquier método o intento urbanístico por transformarla radicalmente. En ese sentido mis textos son guías que ofrezco sobre una filosofía de ciudad llena de alma, técnicas para encarar los problemas mas cotidianos  sin afanarse por la perfección  o la salvación de la ciudad.

Durante mis muchos años de practica urbanística, me ha sorprendido comprobar cuanto han aportado a mi trabajo profesional mis estudios en economía, psicología, arquitectura, geografía, sociología,  filosofía, arte, arqueología o salud. Su influencia ha sido evidente en mi practica y en mis textos, y he seguido la tendencia muchas veces de recurrir a la mitología  en busca de profundización, interesándome sobre todo en aquellos autores que han aplicado su filosofía rica en imágenes y su marcado carácter interdisciplinario a los asuntos mas ordinarios de la vida de las ciudades, tales como: Jane Jacobs, Andrés Duany, F. Law Olmsted, Kevin A. Lynch,  Lewis Munford, W. H. Whyte, Jan Gehl, Howard, Robert Owen, Charles Fourier, Tony Garnier, Otto Wagner, Patrick Geddes, Stan Allen, M. Sola Morales, I. Cerdá, Arturo Soria, García Mercadal, Carlos Mª Castro, Secundino Zuazo....etc.

En sus estudios sobre alquimia, Jung decía que la obra se inicia y concluye con Mercurio. Creo que su recomendación es valida también en el urbanismo. Mercurio es el dios de las ficciones, las mentiras, de los embusteros, los ladrones y los prestidigitadores. La idea de la practica de la ciudad se presta a una sinceridad, permítanme decirlo, “adornada y pretenciosa”.  Yo con frecuencia digo que no debemos seguir  tan seriamente la “sinceridad excesiva”, la sinceridad siempre tiene algo de pretenciosa y manipuladora. Una dosis de Mercurio es necesario para que nuestro trabajo de urbanistas siga siendo honrado y menos demagógico. No debemos seguir tan seriamente la “sinceridad” siempre tan subjetiva, tan propia de demiurgos, incapaces de bajar a la arena, participar, y aceptar otras propuestas e ideas que no encajen con su “sinceridad”. De alguna forma algo de “ficción” también tiene la ciudad. Nadie conoce los “secretos” de la ciudad en la medida suficiente para hablar autorizadamente de ella a los demás ciudadanos.

viernes, 7 de noviembre de 2014

SOBRE EL CONCEPTO “PROFUNDO DE CIUDAD”

El gran mal del urbanismo durante gran parte del siglo XX y de lo que llevamos de este siglo, que forma parte de nuestras angustias mas cotidianas  y nos afecta a todos individual y colectivamente, es la perdida del concepto “profundo de ciudad”, una de las muchas circunstancias por las que vengo reclamando desde hace tiempo la necesidad de refundar gran parte del urbanismo actual. Cuando se descuida este concepto, la ciudad no desaparece, la ciudad sigue existiendo, pero se manifiesta de otra manera, llena de adiciones, obsesiones, violencia y perdida de sentido. En el mejor de los casos los urbanistas sin darse cuenta y en otros casos aprovechándose de la situación, caen en la tentación  de aislar solo estos síntomas  o tratan de erradicarlos uno a uno, escondiéndolos, obviándolos o aplicando tratamientos traumáticos de cirugía muy agresiva bien valoradas por los grandes sistemas financieros e inmobiliarios, pero la raíz del problema es que hemos perdido nuestra sabiduría  sobre la ciudad, e incluso nuestro interés en ella.


Hoy día tenemos pocos especialistas  sobre la ciudad que nos puedan aconsejar cuando la ciudad sucumbe ante los cambios, los conflictos, las crisis, la obsolescencia de alguna de sus partes o se produce dolor emocional en sus habitantes, o cuando  se ve enfrentada  a una multitud de amenazadores males. Pero en nuestra historia urbana y territorial (por mucho que les pese a algunos una parte muy importante del territorio siempre ha estado intervenido por procesos de humanización)  hay notables ejemplos  de comprensión  intuitiva, dotados de mas o menos reflexión objetiva, de estos temas por parte de urbanistas (de diverso signo profesional) que escribieron explícitamente sobre la naturaleza  y las necesidades del mundo urbano. De modo que podemos recurrir al pasado  en busca de guías, propuestas o actos urbanos, que nos permitan recuperar esta sabiduría del pasado, la historia urbana, de manera que a través de ellos accedamos a nutrirnos de conocimientos y practicas, teniendo en cuenta la forma en que hoy vivimos y las nuevas posibilidades que disponemos, para demostrar que recuperando el concepto de “cuidar la ciudad” detectando su “profundidad”, podamos encontrar alivio a nuestros males  y descubrir una satisfacción y un placer profundos que en gran parte hoy hemos perdido.