Hubo un tiempo en que las
palabras que llenaban la actividad urbanística estaban vivas. El verbo urbano
era carne. La palabra urbanística era sagrada, y quienes conocían el secreto de
las mismas tenían el poder.
Hoy todos es distinto. Políticos
y urbanistas se desgañitan casi en vano. Las palabras ya no valen gran cosa. La
secularización tiene su coste. Se olvidaron los grandes temas centrales y
primordiales. Publicamos miles de artículos, leyes, conferencias y libros inútiles.
Todo es inflación y devaluación. Como consecuencia nadie se fía del urbanismo,
nuestra confianza con el urbanismo está devaluada, es meramente funcional, de
ahí que necesitemos cada vez mas contratos, convenios, registros, aparato
legal, instituciones....etc.
Nuestra época además de híbrida
es escéptica. Acontecimientos minúsculos, inesperados o extraños provocan
efectos impredecibles y se inscriben en la lógica de la complejidad. Estamos
comprendiendo que ya no tenemos ni buenas ni malas propuestas o proyectos
absolutos, sino diferentes articulaciones de los elementos urbanos que componen
los sistemas urbanos finitos. De manera que nos da la impresión de que una
ciudad es tanto más fértil y compleja cuanto más antagonismos albergue.
Resulta obvio en este contexto que todos los
fundamentalismos que emergen, esa forma de entender la ciencia urbana de manera
absoluta y rígida, son intentos
simplistas de atajar ese trasfondo en
que se están convirtiendo nuestras ciudades: hibridismo y fluidez. Esta inseguridad
que nos produce esta situación es
utilizada por algunos movimientos para socavar la racionalidad democrática de
nuestras ciudades, substituyendo el dialogo y la participación o la
colaboración del ciudadano por la exhibición de gesto mediático o profesional
demagógico..
Lo cierto es que para sobrevivir
a esta provisionalidad, complejidad e incertidumbre se requiere unas reservas
de “libertad inteligente” que no todas las ciudades poseen. Esta situación nos
lleva a que es conveniente cada vez mas que distingamos entre “ciudad pública”,
“ciudad privada” y “ciudad intima”. Algunas ciudades tienen “ciudad pública”,
todas tienen “ciudad privada”, pero muy pocas tienen “ciudad intima”. La
compensación a este hibridismo urbano
solo puede proceder de la “ciudad intima”. Uno puede tener, desde ahí,
confianza en la realidad urbana sin necesidad de tener un urbanismo dogmático e
impuesto. Uno puede abandonarse al gozo de la libertad, a tomar de aquí y de
allá, a volver al origen y construir el presente, al fin y al acabo esta ha
sido una de las conquistas fundamentales de la modernidad: el derecho de cada
ciudad a ser cada cual. Un derecho que pocas ejercen.