Ya hemos comentado otras veces como la “ciudad
laica” significa respetar el pluralismo: la ciudad de ciudades, abandonar el
modelo piramidal. Necesitamos reivindicar como eje vertebrador de la ciudad
actual el espacio laico, la tolerancia activa, cada parte de la ciudad tiene
que decir, puede decir y dice en el todo, el modelo global o es cooperativo o
no será. El espacio laico cooperativo es la contrapartida a esa ciudad híbrida
que hemos comentado en otros posts. Porque en el espacio laico no se
absolutizan los valores, ni las formas, ni los proyectos, no se sacralizan las
ideas, no se imponen los conceptos por los mercaderes. El espacio laico es poco
propicio para el fanatismo y la apropiación de la calle de manera monopolística, sea esta comercial,
consumista, deportiva o religiosa. Somos unos ciudadanos que ya hemos hecho el
duelo por la muerte de Dios, aunque algunas ciudades se empeñen en estar todo
el año celebrando el duelo como espectáculo de masas y de consumo.
Nuestras ciudades son hoy bastante relativistas,
aunque esto ha llevado a mucha gente a un cierto repliegue “retro”, una vuelta
a las tribus y a la ignorancia, un excesivo miedo a la complejidad, a la
incertidumbre, a la intemperie de las sociedades pluralistas.
Solo en una ciudad completamente secularizada puede
brotar espontáneamente un urbanismo
nuevo. La idea es que la ciudad que
alcanza realmente la libertad secular, surge en ella espontáneamente la
“vuelta al origen”, la razón profunda de la ciudadanía, de la ciudad, que no se
defiende de la naturaleza, que no rechaza nada, que colabora y coopera con la
naturaleza y el territorio como una parte del TODO. La “mística “ urbana, sin
ropajes religiosos. Ya se que hay personas muy respetables que en cuanto escuchan
palabras como “mística” echan a correr. Todo se debe a un malentendido, a la
cantidad de charlatanes que hay en esto del urbanismo. Pero yo me refiero a lo
que uno siente cuando observa y escucha la ciudad, cuando conecta con ella,
cuando encuentras su capacidad de vivir, de volcarse en algo que a uno le
importa mas que sí mismo, de sentir la ciudad como una prolongación del TODO.
La vuelta al origen es lucidez, sentido de lo real,
no es un arrebato de irracionalidad o un estado alterado de conciencia, es la
culminación de la “razón critica”.
Digo que una ciudad secularizada y laica es ya la
única que puede brotar, sin estorbos, la única que puede poner sobre la mesa un
urbanismo nuevo, la única que puede conectar con el origen, con esa mística
urbana presidida por la libertad de conciencia, donde cada cual puede adoptar
la concepción de la ciudad que mejor se le acomode. De esta libertad interior,
brota la “ciudad intima”, espontáneamente, hija de la misma hondura de la
experiencia de lo real , sin necesidad de comulgar con ruedas de molino.