Las ciudades tienen sus símbolos, sus espacios, plazas,
parques, edificios y lugares propios que son de todos. Hasta ahora en el mejor
de los casos los ciudadanos adoraban estos símbolos o consideraban su belleza o
su identificación como hecho conformador de la ciudad, pero en ningún caso los
hacían suyo, así como igualmente entendían que las ciudades no les
correspondían. Pero los tiempos están cambiando en muchas cosas, los símbolos,
el patrimonio público no es propiedad del poder, por muy electo que sea, es de
los ciudadanos y a ellos les corresponde. Están los poderes muy acostumbrados
hacer y deshacer lo que quiere con el patrimonio público. Ello les permite
generar cualquier “pelotazo” urbanístico y económico. Los impertinentes
burócratas y los autoritarios gobernadores
siempre hacen caso omiso del vecindario.
Pero en los últimos tiempos esto empieza a cambiar, así la
plaza del Sol en Madrid, o la plaza de Tahrir en el Cairo o la plaza Taksim en
Estambul o la plaza de Tiananmen (plaza de la Puerta de la Paz Celestial) en
Pekín, se van convirtiendo no solo en un símbolo, sino también en la expresión
de la participación del hecho urbano, no son un mero diseño urbanístico sino el
reconocimiento social de un nuevo orden en la ciudad.
Debajo de cada piedra de estas plazas y otras muchas hay
historias, razón de ser y el ser mismo de sus habitantes, evocaciones de
recuerdos, que hacen suyas, de sus habitantes a estos espacios urbanos.
El plan de reformas, de la alcaldía del distrito de Beyoglu
en Estambul, de la plaza Taksim, de construir un centro cultural y y comercial
con la apariencia del antiguo cuartel
de artillería de Topcu, en el solar que
ocupa el parque de Gezi no ha hecho otra cosa que romper el muro de silencio y
el miedo a hablar en Turquía.
Están los poderes tan acostumbrados a hacer lo que desean
con el patrimonio público, investidos de una supuesta legalidad, como si fuera
de ellos, que no entienden que los habitantes se lacen a la calle a defender lo
que es suyo, y no de los gobernantes y burócratas. Todos los procesos de
corrupción están asentados en la manipulación y privatización del patrimonio de
los ciudadanos. Dejemos el patrimonio público tranquilo, su eliminación
significa una actitud insensible y
autoritaria respecto de aquello que es compartido por todos.